Radio Imaginaria #47. Primera cita
Como dos marineros en una tormenta nos acompañamos toda la noche casi sin desearlo, pero con una convicción compartida: la suerte de ambos dependía de cuánta integridad, flojera o paciencia pusiera cada uno de manifiesto y particularmente, durante cuanto tiempo.
Estuvimos largas horas frente a frente en la mesa menos codiciada del bar y ahora que les revelo este secreto es probable que se sientan empujados a pensar que ningún mar amenazaba. En lo que a mí respecta, no me importaba tanto el de afuera como el de adentro, porque era ese y no otro el que parecia de a poco hacerse dueño de nuestras orillas.
Lo probable y lo posible siempre tienen las de ganar, pero no en en ocasiones como la que describo. Lo importante es estar alerta y obsequiarse un silencio generoso que simule calma y no evidencie la tensión en los músculos y en las consonantes. Habrá que pensar algo para las gotas de sudor en la frente, pero no dudo en poder disimularlas.
Luego de un rato y sin pensarlo mucho, dije:
- ¿Qué me puede decir de ella?
No dijo nada pero bebió. Supongo que se dejó conducir por su trago hasta esa profundidad insondable donde las palabras justas y necesarias encubren el pudor de lo que tal vez nunca deba decirse, pero al cabo de unos minutos creo que entendió que no preguntaba por sus facciones ni por el contraluz de su figura. No obstante, se tomó un tiempo para responder lo siguiente:
- Una cita a ciegas, Maestro.
Luego de una pausa larga, completó la idea.
- Recuerdo con dificultad el primer encuentro y a menudo me pregunto cómo es posible que un acontecimiento que sin lugar a dudas tuvo la virtud de hacerme dudar sobre el rumbo de mi vida, sea tan difícil de conceptualizar ahora. He revivido en sueños cada detalle de lo sucedido aquella noche, pero cuando usted me obliga a pensar en ello mi mente me entrega un blanco absoluto, como si nunca hubiera estado en ese lugar.
- Creo que yo no lo obligo a nada.
- Me obliga a pensar... y eso significa traer al presente cosas que tal vez deberían quedarse en ese limbo del cual nadie debería rescatarlas.
- Disculpe, pero creo que nadie tiene acceso a ese limbo, como usted lo llama.
- Entonces, mucho mejor asi. Es justamente de lo que hablaba.
- En realidad, Usted hablaba de una cita a ciegas...
- Es cierto. Hubo sonidos, sabores, aromas. Bastones en una oscuridad desvalida que era nuestra escasa pertenencia.
- No sé cómo lo tome, pero creo que no hay sinceridad en los bastones.
- Lo tomo bien, Maestro. Sólo que no aún no me atrevo a abrir los ojos.
Esto no es todo, amigos
Estuvimos largas horas frente a frente en la mesa menos codiciada del bar y ahora que les revelo este secreto es probable que se sientan empujados a pensar que ningún mar amenazaba. En lo que a mí respecta, no me importaba tanto el de afuera como el de adentro, porque era ese y no otro el que parecia de a poco hacerse dueño de nuestras orillas.
Lo probable y lo posible siempre tienen las de ganar, pero no en en ocasiones como la que describo. Lo importante es estar alerta y obsequiarse un silencio generoso que simule calma y no evidencie la tensión en los músculos y en las consonantes. Habrá que pensar algo para las gotas de sudor en la frente, pero no dudo en poder disimularlas.
Luego de un rato y sin pensarlo mucho, dije:
- ¿Qué me puede decir de ella?
No dijo nada pero bebió. Supongo que se dejó conducir por su trago hasta esa profundidad insondable donde las palabras justas y necesarias encubren el pudor de lo que tal vez nunca deba decirse, pero al cabo de unos minutos creo que entendió que no preguntaba por sus facciones ni por el contraluz de su figura. No obstante, se tomó un tiempo para responder lo siguiente:
- Una cita a ciegas, Maestro.
Luego de una pausa larga, completó la idea.
- Recuerdo con dificultad el primer encuentro y a menudo me pregunto cómo es posible que un acontecimiento que sin lugar a dudas tuvo la virtud de hacerme dudar sobre el rumbo de mi vida, sea tan difícil de conceptualizar ahora. He revivido en sueños cada detalle de lo sucedido aquella noche, pero cuando usted me obliga a pensar en ello mi mente me entrega un blanco absoluto, como si nunca hubiera estado en ese lugar.
- Creo que yo no lo obligo a nada.
- Me obliga a pensar... y eso significa traer al presente cosas que tal vez deberían quedarse en ese limbo del cual nadie debería rescatarlas.
- Disculpe, pero creo que nadie tiene acceso a ese limbo, como usted lo llama.
- Entonces, mucho mejor asi. Es justamente de lo que hablaba.
- En realidad, Usted hablaba de una cita a ciegas...
- Es cierto. Hubo sonidos, sabores, aromas. Bastones en una oscuridad desvalida que era nuestra escasa pertenencia.
- No sé cómo lo tome, pero creo que no hay sinceridad en los bastones.
- Lo tomo bien, Maestro. Sólo que no aún no me atrevo a abrir los ojos.
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