jueves, marzo 29, 2007

Radio Imaginaria #49 Primeras Mentiras

- ¿Mintió alguna vez, Maestro?
- Creo que no...por lo menos hasta verme en la obligación de contestar su pregunta.
- Claro como el agua.
- No quiero ser mala onda pero le informo que está a punto de llegarle al cuello.
- Las coartadas a veces fallan...¿Será alguna mentira que dije?
- El agua, Antonio...¿no cree que es momento de cerrar la canilla de la bañera?
- El grifo de la tina, querrá decir.
- Creo que hablamos de lo mismo. ¿Cómo se dice cerrar para que lo entienda?
- Así, pero me gusta regar mis plantas.
- ¿Con agua caliente?
- Sólo en invierno, pero advierto que faltan un par de meses.
- Entonces...¿cierro?
- Cierre.
- Chau chau chau!
- La canilla, Maestro.
- Disculpe, me dejé llevar por la memoria colectiva.
- Gracias de todos modos. Ahora, .¿no le parece que las mentiras son así?
- ¿Así de claras?
- No es a lo que me refería, pero ya que lo menciona es posible que algunas lo sean en exceso.
- Por suerte no hay másmentira ni menosmentira sino apenas mentira a secas.
- Sin embargo, Usted acaba de decir que...
- Entiendo su duda. Usted se pregunta cómo una mentira a secas podría ser como el agua.
- Exacto.
- Mire, si pone atención verá que algunas salpican sin mojar.
- Mmmm...tal vez suceda con las piadosas...pero ¿qué hay de las otras?
- Uf, son tantas que no sabría por dónde empezar.
- ¿Por el principio?
- Imposible. Le aclaro que en el caso de las mentiras siempre se comienza por el final y por lo común es un desenlace que no le recomiendo presenciar.
- ¿Porqué no?
- Porque la sangre llega al río y el río encierra una paradoja.
- El río siempre llega al mar.
- Salvo cuando enfrenta ese desafío.
- ¿Quiere contarme cuál?
- Es el momento de enfrentarse con todas las verdades.
- ¿Cuáles son las peores?
- Las peores verdades son las que hay que escuchar o sostener luego de una mentira.
- Le preguntaba por las peores mentiras...
- Sin duda las que a fuerza de gotear lo anegan todo sin previo aviso.
- Evidentemente estaríamos ante un caso paradigmático de incontinencia.
- O a minutos de llamar a un plomero.
- En cualquier caso, creo que se trata de una emergencia.
- Nada mejor que una emergencia para el sumergido.
- Cierto, Maestro, nada mejor.

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lunes, marzo 12, 2007

Radio Imaginaria # 48 Segunda cita

Después de lo que dijo y sólo con mirarlo, supe que él necesitaba una pausa.

En la mesa menos codiciada del bar las pausas no se miden en horas y minutos, sino en silencios, copas o cigarrillos y cada cual tiene su medida -incluso mi impaciencia- por lo que al cabo volví a la carga con una pregunta que no era de compromiso.

- No me parece que sea imposible vivir con los ojos cerrados, pero...¿no sintió la tentación de ver lo que acariciaba?

- Por supuesto que sí, Maestro, pero me habla como si nunca hubiera tenido una piel perturbadora bajo sus dedos.

Me sonó a desafío, pero estaba preparado para ello y le seguí la corriente.

-Por supuesto que la tuve. No sé cuánto de perturbadora fue la suya, pero aún estoy pagando las consecuencias de haber tenido la mía.

- A eso me refería. En ese momento, ¿no deseó acaso ser ciego?

Estaba alerta y supe evitar la respuesta, aunque quise decir que sí y ganarme su confianza. No puedo explicar porqué no lo hice y mentí sobre ese instante. Tal vez, porque hubo uno en el que pensé que sólo necesitaba manos para conocer los secretos que ninguno de mis otros órganos había conseguido revelarme hasta el momento y que ella, según supe mucho después, jamás me hubiera revelado. Pero el "después" es un territorio al cual se entra con un manual de instrucciones y se sale, en el mejor de los casos, con una larga lista de fe de erratas. Así las cosas, dije algo para salir del paso.

- Sí, pero cuando lo hice, el recuerdo de verla dormir a mi lado me empujó a conservar mis ojos.

- Yo también quise hacerlo, Maestro, pero mirar es abrir una puerta que conduce a otra puerta que a su vez conduce a otra puerta.

Lo que sentía ese hombre, no era intimidación sino desamparo y yo no tenía frazadas sino palabras, que desgraciadamente, estaban ansiosas por estrenar su filo.

- Es simple. Abra la primera.

- No es simple. Tengo miedo de no encontrarla.

He pasado por eso alguna vez y me consta que todos los miedos, a veces, se concentran en un picaporte. Si se quiere, un desamparo esperanzado que transmite su vértigo con sólo poner los dedos allí. Sin motivos, algo en él comenzaba a fastidiarme y decidí ser duro.

- Quizás no la encuentre.

-¿Quiere decir que ya es tarde?

Quise ser sincero, pero terminé mi copa y volví atrás.

- Nunca es tarde.

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