Radio Imaginaria # 48 Segunda cita
Después de lo que dijo y sólo con mirarlo, supe que él necesitaba una pausa.
En la mesa menos codiciada del bar las pausas no se miden en horas y minutos, sino en silencios, copas o cigarrillos y cada cual tiene su medida -incluso mi impaciencia- por lo que al cabo volví a la carga con una pregunta que no era de compromiso.
- No me parece que sea imposible vivir con los ojos cerrados, pero...¿no sintió la tentación de ver lo que acariciaba?
- Por supuesto que sí, Maestro, pero me habla como si nunca hubiera tenido una piel perturbadora bajo sus dedos.
Me sonó a desafío, pero estaba preparado para ello y le seguí la corriente.
-Por supuesto que la tuve. No sé cuánto de perturbadora fue la suya, pero aún estoy pagando las consecuencias de haber tenido la mía.
- A eso me refería. En ese momento, ¿no deseó acaso ser ciego?
Estaba alerta y supe evitar la respuesta, aunque quise decir que sí y ganarme su confianza. No puedo explicar porqué no lo hice y mentí sobre ese instante. Tal vez, porque hubo uno en el que pensé que sólo necesitaba manos para conocer los secretos que ninguno de mis otros órganos había conseguido revelarme hasta el momento y que ella, según supe mucho después, jamás me hubiera revelado. Pero el "después" es un territorio al cual se entra con un manual de instrucciones y se sale, en el mejor de los casos, con una larga lista de fe de erratas. Así las cosas, dije algo para salir del paso.
- Sí, pero cuando lo hice, el recuerdo de verla dormir a mi lado me empujó a conservar mis ojos.
- Yo también quise hacerlo, Maestro, pero mirar es abrir una puerta que conduce a otra puerta que a su vez conduce a otra puerta.
Lo que sentía ese hombre, no era intimidación sino desamparo y yo no tenía frazadas sino palabras, que desgraciadamente, estaban ansiosas por estrenar su filo.
- Es simple. Abra la primera.
- No es simple. Tengo miedo de no encontrarla.
He pasado por eso alguna vez y me consta que todos los miedos, a veces, se concentran en un picaporte. Si se quiere, un desamparo esperanzado que transmite su vértigo con sólo poner los dedos allí. Sin motivos, algo en él comenzaba a fastidiarme y decidí ser duro.
- Quizás no la encuentre.
-¿Quiere decir que ya es tarde?
Quise ser sincero, pero terminé mi copa y volví atrás.
- Nunca es tarde.
En la mesa menos codiciada del bar las pausas no se miden en horas y minutos, sino en silencios, copas o cigarrillos y cada cual tiene su medida -incluso mi impaciencia- por lo que al cabo volví a la carga con una pregunta que no era de compromiso.
- No me parece que sea imposible vivir con los ojos cerrados, pero...¿no sintió la tentación de ver lo que acariciaba?
- Por supuesto que sí, Maestro, pero me habla como si nunca hubiera tenido una piel perturbadora bajo sus dedos.
Me sonó a desafío, pero estaba preparado para ello y le seguí la corriente.
-Por supuesto que la tuve. No sé cuánto de perturbadora fue la suya, pero aún estoy pagando las consecuencias de haber tenido la mía.
- A eso me refería. En ese momento, ¿no deseó acaso ser ciego?
Estaba alerta y supe evitar la respuesta, aunque quise decir que sí y ganarme su confianza. No puedo explicar porqué no lo hice y mentí sobre ese instante. Tal vez, porque hubo uno en el que pensé que sólo necesitaba manos para conocer los secretos que ninguno de mis otros órganos había conseguido revelarme hasta el momento y que ella, según supe mucho después, jamás me hubiera revelado. Pero el "después" es un territorio al cual se entra con un manual de instrucciones y se sale, en el mejor de los casos, con una larga lista de fe de erratas. Así las cosas, dije algo para salir del paso.
- Sí, pero cuando lo hice, el recuerdo de verla dormir a mi lado me empujó a conservar mis ojos.
- Yo también quise hacerlo, Maestro, pero mirar es abrir una puerta que conduce a otra puerta que a su vez conduce a otra puerta.
Lo que sentía ese hombre, no era intimidación sino desamparo y yo no tenía frazadas sino palabras, que desgraciadamente, estaban ansiosas por estrenar su filo.
- Es simple. Abra la primera.
- No es simple. Tengo miedo de no encontrarla.
He pasado por eso alguna vez y me consta que todos los miedos, a veces, se concentran en un picaporte. Si se quiere, un desamparo esperanzado que transmite su vértigo con sólo poner los dedos allí. Sin motivos, algo en él comenzaba a fastidiarme y decidí ser duro.
- Quizás no la encuentre.
-¿Quiere decir que ya es tarde?
Quise ser sincero, pero terminé mi copa y volví atrás.
- Nunca es tarde.
Etiquetas: Radio Imaginaria
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home