Cuando uno empieza a escribir importa más la imagen que el significado.
En ese momento nadie está en condiciones de pensar en lo que vendrá.
Habrá letras feas y lindas, buenas y malas, femeninas y masculinas, débiles y poderosas. No esperen ejemplos, todos sabemos de lo que hablo.
A esa altura, nadie está en condiciones de pensar que de la rara alquimia que las combine -tendenciosa o espontánea, según el caso- van a surgir palabras y frases capaces de acercarnos alternativamente al infierno o al paraíso.
Los niños por suerte son niños.
Están lejos de tales pesadillas y sólo intentan pulir su caligrafía con esmero como si se tratara de dibujar árboles y guerreros, pelotas de humo, paisajes.
Para ellos sigue siendo un juego describir lo que ya es obvio que está sucediendo puertas adentro aunque para otros no parezca más que un garabato tembloroso colgado de los renglones.
A Maia, que me hizo pensar en esto cuando quiso poner en palabras algo que supongo que ya estaba maduro en su interior. También a San, por hacer de medium.Etiquetas: Desclasificados
Esto no es todo, amigos