Correspondencia privada. Trofeo
Mi querido,
Verás que contesto con presteza tu carta anterior porque te imagino ansioso de respuestas y ya te he dicho que la ansiedad transforma tus suaves facciones en un rostro cuasi-cubista que lastima el mío con sus aristas.
Sinceramente, ya no estoy tan segura de poder llevar a cabo lo que tanto esperas de mí.
Antes de escucharte hablar de una debilidad de carácter que justamente en este caso no me anima, te aclaro que no se trata de eso sino más bien del rumbo incierto que han ido tomando mis pensamientos.
Bien dices que mi deseo siempre ha sido conseguir de tí un amor incondicional, exclusivo y persistente como aquel al que haces referencia, sólo que hoy no estoy tan segura de conformarme con uno tan insignificante y previsible. Me conozco y creo que no resistiría mucho tiempo sin echar de menos un destello de locura en tus labios, un resquicio de duda en tus caricias, un miedo impreciso en tu silencio, algo de mito en tus palabras.
De hacer lo que me pides, probablemente ya no tendría ninguna oportunidad de encontrar en tí vestigios de esa pasión ciertamente esquiva que, sin embargo, tan infinito placer me produce a pesar del sufrimiento que acecha como una serpiente en su interior. Lo que es peor, estaría condenada a buscar con desesperación en otros hombres -lo que indudablemente no aprobarías- un rastro o señal que me rescate de la existencia opaca en la que tarde o temprano el desatino de tu plan me iría acorralando.
En fin, espero sepas comprender lo que te expreso no obstante la crudeza de mis razones. Estoy segura que a pesar de la desilusión que probablemente experimentes, tú tampoco deseas verme languidecer como un trofeo sobre tu escritorio.
Tuya siempre.
Verás que contesto con presteza tu carta anterior porque te imagino ansioso de respuestas y ya te he dicho que la ansiedad transforma tus suaves facciones en un rostro cuasi-cubista que lastima el mío con sus aristas.
Sinceramente, ya no estoy tan segura de poder llevar a cabo lo que tanto esperas de mí.
Antes de escucharte hablar de una debilidad de carácter que justamente en este caso no me anima, te aclaro que no se trata de eso sino más bien del rumbo incierto que han ido tomando mis pensamientos.
Bien dices que mi deseo siempre ha sido conseguir de tí un amor incondicional, exclusivo y persistente como aquel al que haces referencia, sólo que hoy no estoy tan segura de conformarme con uno tan insignificante y previsible. Me conozco y creo que no resistiría mucho tiempo sin echar de menos un destello de locura en tus labios, un resquicio de duda en tus caricias, un miedo impreciso en tu silencio, algo de mito en tus palabras.
De hacer lo que me pides, probablemente ya no tendría ninguna oportunidad de encontrar en tí vestigios de esa pasión ciertamente esquiva que, sin embargo, tan infinito placer me produce a pesar del sufrimiento que acecha como una serpiente en su interior. Lo que es peor, estaría condenada a buscar con desesperación en otros hombres -lo que indudablemente no aprobarías- un rastro o señal que me rescate de la existencia opaca en la que tarde o temprano el desatino de tu plan me iría acorralando.
En fin, espero sepas comprender lo que te expreso no obstante la crudeza de mis razones. Estoy segura que a pesar de la desilusión que probablemente experimentes, tú tampoco deseas verme languidecer como un trofeo sobre tu escritorio.
Tuya siempre.
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