sábado, abril 14, 2007

Membretes

Un día citó a todas las mujeres que había amado. Cuando llegó lo miraron como si él perteneciera íntegramente a cada una de ellas. Pronto comprendieron que no era así y se lanzaron sobre el hombre, despedazándolo. Cada una de ellas se quedó con la parte que quizás le correspondiera.

Carlos Latorre. (de Adaptarse o vivir)

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Esto no es todo, amigos

viernes, abril 13, 2007

Penélope

Ninguna despedida es otra cosa que urgencia, pero nomás verlo así, diciendo adiós sin posibilidad de adivinar en sus ojos más que la prisa por subir al barco y cortar las amarras, me hizo entender la necesidad del tipo por poner distancia entre nosotros.

En ese momento decidí mi venganza.

Lo pensé mucho porque podría haber agradecido ese gesto que me liberaba de remordimientos para correr bajo las sábanas de una larga lista de apuestos pretendientes.

Sin embargo, elegí encerrarme y esperar hasta sentir su debilidad una vez que estuviera frente a mí, porque nunca dudé que volvería.

Lo de tejer y destejer no se ha comprendido bien. Día tras día, el odio que siento me hace ceñir más los puntos de la mortaja que sin dudas, querrá lucir a su regreso, cuando la vanidad del triunfador no le permita discernir entre lo efímero de la gloria o la eternidad del ocaso.

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jueves, abril 12, 2007

Libretas Norte Pág 71. Un amor

Un amor se busca

con esperanza
con desesperación
con torpeza

Un amor se encuentra

sin palabras
sin obstinación
sin monedas

Un amor se hace

con devoción
con entusiasmo
con urgencia

Un amor se pierde

sin explicaciones

simplemente, se pierde

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Esto no es todo, amigos

domingo, abril 08, 2007

Road Movie Escena Nueve

Cuando tomaba una cerveza, no podía parar de reírse de todo.

No era una risa grotesca ni convulsa ni espasmódica -como podía esperarse- sino una más bien fresca, tenue y progresiva que indefectiblemente terminaba por incomodar a sus vecinos de mesa y a los que no lo eran tanto.

Vaya uno a saber porqué todas las noches sucedía lo mismo.

Puedo asegurar que más por diversión que por crueldad esperaba ese momento en que sabía que la gente se levantaría dejando atrás todo aquello que creía poco funcional a la hora de huir.

Entonces venía lo bueno, porque el sitio en cuestión solía quedar regado de una deshonrosa variedad de pertenencias que honradamente pugnaba por atesorar. Extensiones, implantes, alguna notebook con información confidencial que por supuesto nunca usaría en contra de nadie, sillas volcadas, prendas íntimas de muy mal aspecto a pesar del intachable esponsoreo, promesas a punto de ser consideradas, verdades a punto de ser desestimadas...En fin. Lo demás no es preciso decirlo porque se supone. Muchas copas rotas, algunas botellas quebradas en pedazos, unos pocos sueños hecho trizas. En resumen, una pila de cristales que bien podrían sedimentar con algo de tiempo y bastante buena estrella.

Lo peor era la telaraña de discursos fallidos que casi siempre nos dificultaba la salida. Las palabras que nunca llegan a destino se tornan pegajosas y buscan desesperadamente adherirse a cualquier sujeto desprevenido que se les pone delante.

Más allá de disfrutarlo, siempre estaba atento a ese momento porque sabía que debía introducirla en un frasco de vidrio con tapa hermética que llevaba conmigo para esas circunstancias y soplar mi dedo meñique hasta verme convertido en el sabio interlocutor que conseguía convencer al compungido dueño del bar de la
conveniencia de evitar la denuncia porque ya se sabe que la risa es inimputable.

A la mañana siguiente, cuando abría la tapa del frasco para dejarla salir, ella me pedía disculpas y me preguntaba por lo sucedido. Entonces, mentía amorosamente, juraba haber olvidado todo y le convidaba una cerveza para verla reírse como la noche anterior. No es que me hiciera el tonto sino que realmente prefería comenzar de nuevo.

Muchas veces pensé en decirle que me hacía feliz mientras me hacía feliz pero me pareció una redundandia.

Cuando quise hacerlo, ya era tarde. Pero no se me olvida su risa.

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