Apuntes de una Secretaria. Primer día de bancos.
(Hoy es mi primer día de bancos y cualquiera pensaría que no parece el mejor, a juzgar por la multitud que se hacina en el hall de la institución. Sin embargo, no sufro demasiado porque además de cumplir en tiempo y forma con la tarea que se me ha encomendado y por la que no me pagan bien pero al menos lo hacen puntualmente, estoy dispuesta a pasar buena parte de la mañana tomando notas en mi cuaderno acerca de lo que veo a mi alrededor)
1. El lugar está organizado a la manera de una autopista: separados por sogas, tres carriles paralelos conducen a cada una de las tres cajas. Un empleado de seguridad administra con destreza el peaje y distribuye a las personas entre los carriles.
Jubilaciones y cuentas corrientes, por la derecha. Pago de impuestos y varios (dudosa denominación que incluye todos los trámites posibles de realizar en un banco, excepto los relacionados con jubilaciones y cuentas corrientes, claro) por la izquierda. Y también está, sospechosamente vacío, el carril del centro.
Mientras me coloco última de la fila más larga, me detengo a urdir una teoría acerca de ese vacío que comprende conceptos de semiótica bancaria, un análisis motivacional sobre la tensión entre los opuestos (clientes del banco versus los otros nosotros) y algunas otras cosas. Al cabo, la descarto por improcedente. O quizás por aburrimiento.
2. Prefiero este diseño de corralito que aquel otro del que me hablaron, laberíntico, barroco, donde se debe ir o venir, hacer o deshacer el camino alternativamente primero en un sentido, luego en el otro, con un serio agravante: uno queda por momentos mirando la puerta de entrada, ignorando lo que sucede con el cajero.
Es decir, si abandonó su puesto, si está contando treinta mil pesos en monedas, si todavía está atendiendo al sujeto del maletín que, confirmando nuestra sospecha, no es otro que el empleado de la administración de consorcios de la vuelta en plan de pagar los impuestos de los cuarenta y ocho edificios de su abultada cartera.
1. El lugar está organizado a la manera de una autopista: separados por sogas, tres carriles paralelos conducen a cada una de las tres cajas. Un empleado de seguridad administra con destreza el peaje y distribuye a las personas entre los carriles.
Jubilaciones y cuentas corrientes, por la derecha. Pago de impuestos y varios (dudosa denominación que incluye todos los trámites posibles de realizar en un banco, excepto los relacionados con jubilaciones y cuentas corrientes, claro) por la izquierda. Y también está, sospechosamente vacío, el carril del centro.
Mientras me coloco última de la fila más larga, me detengo a urdir una teoría acerca de ese vacío que comprende conceptos de semiótica bancaria, un análisis motivacional sobre la tensión entre los opuestos (clientes del banco versus los otros nosotros) y algunas otras cosas. Al cabo, la descarto por improcedente. O quizás por aburrimiento.
2. Prefiero este diseño de corralito que aquel otro del que me hablaron, laberíntico, barroco, donde se debe ir o venir, hacer o deshacer el camino alternativamente primero en un sentido, luego en el otro, con un serio agravante: uno queda por momentos mirando la puerta de entrada, ignorando lo que sucede con el cajero.
Es decir, si abandonó su puesto, si está contando treinta mil pesos en monedas, si todavía está atendiendo al sujeto del maletín que, confirmando nuestra sospecha, no es otro que el empleado de la administración de consorcios de la vuelta en plan de pagar los impuestos de los cuarenta y ocho edificios de su abultada cartera.
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