viernes, octubre 21, 2005

Séneca

Uno

Cuando escuchó su voz en el teléfono, advirtió que había sido una idea muy inoportuna pasarle ese libro de Séneca "sobre la felicidad y la brevedad de la vida" (recordaba a la perfección la frase impresa en la contratapa, lo pomposo de la tipografía escogida aunque bastante más vagamente su contenido)

Hacía mucho que había superado la desesperación de saber que iba a morir bastante antes de lo que creía necesario.

Desde ese entonces, con metódica naturalidad, había hecho suyo aquello de "vivir cada día como si fuera el último" y no le iba tan mal, salvo cuando perdía el rumbo. En esas ocasiones, se le instalaba en forma casi imperceptible una inquietud pertinaz que lo volvía vulnerable por unas horas o un par de días en el peor de los casos.

Cuando escuchó su voz pensó contarle que, a pesar de todo, aún tenía varios sueños y que era necesario, casi imprescindible, que ella también los tuviera aún pensando que fuera el último día de su vida. Pero calló.

- Ya va a pasar -dijo, y se arrepintió. Alguien le había hecho notar que, en circunstancias como esa, era una frase de lo más desafortunada.

Dos

Carver dice en "Catedral", uno de sus cuentos, que los ciegos no fuman porque no ven el humo del cigarrillo. Lamento contradecir a Carver, pero conozco varios ciegos que fuman. Uno de ellos, particularmente, era sorprendente.
Lo conocí por intermedio de una amiga en común mientras cursaban psicología. Carlos era inteligente, desmesuradamente perceptivo, arrogante, y se recibió a la par de ella. Fumaba, claro, y yo pasaba largos minutos viéndolo prender los cigarrillos y agotarlos hasta la última pitada sin quemarse los dedos.
Vivía con una chica que también era ciega progresiva a causa de la diabetes. Al tiempo se casó con ella.
Muchas veces coincidíamos en alguna reunión, y como vivían cerca de casa, los alcanzaba con mi auto.
Carlos se pasaba todo el viaje indicándome por dónde ir con comentarios de este tenor: "acá en la esquina, cuidado con el bache, tiráte a la izquierda" o " me parece que esta avenida está muy congestionada, te conviene tomar la primera a la derecha, luego seguí dos cuadras por esa calle arbolada, y cuando pases el paredón gris, tenés que doblar otra vez, y tené cuidado con la cuneta que está llena de basura", o " dejame acá en la esquina, frente al almacén, que quiero caminar hasta el quiosco. Nosotros vivimos en esa casa de cerámicas blancas, la ves?, al lado de ese negocio tan feo..."
Así era. Hablaba como si
realmente estuviera viendo lo que tenía delante.
Para ir cerrando la historia, supe que luego de casarse emprendieron una suerte de batalla legal para adoptar un hijo. Y no lo consiguieron.
No hace tanto, supe también que ella murió a causa de la enfermedad. Ya no lo volví a ver.

Ahora que lo pienso, creo que él sabía mucho de Séneca.

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martes, octubre 18, 2005

Membretes

Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres: llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.

Los críticos olvidan con demasiada frecuencia, que una cosa es cacarear, otra, poner el huevo.

Un libro debe construirse como un reloj, y venderse como un salchichón.

Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario.

Oliverio Girondo, 1925

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Esto no es todo, amigos

lunes, octubre 17, 2005

Saberlo todo


Como tantos otros días, caminamos tomados de la mano, nos abrazamos riendo, nos besamos mucho. Ella vive en una ciudad que
intuyo, pero no conozco ni debería conocer.

Las evidencias de su dejarse ir son sutiles pero, a esta altura de los acontecimientos, ya no me pasan inadvertidas. Hay fantasmas que transitan por la casa. Hombres como gatos
acechantes a los pies de la cama, con un destello de pupilas siempre vigilante. Silencios que son palabras departidas con los otros. Lugares distantes donde un amor pudo ser. Cabos sueltos, fracciones de un odio que no se apacigua.

Ahora, mientras la veo dormir me pregunto cuánto tiempo más estaré a su lado sin experimentar la urticante tentación de querer saberlo todo, con la certeza de que ese instante estúpido, inevitable y fata será el de la despedida.

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martes, octubre 11, 2005

Radio Imaginaria # 24. No sé porqué se asombra...

- Perdón, ¿cómo dice?
- ¿Quién, yo?
- Quién va a ser, Antonio... si estamos a solas Usted y yo.
- Entonces no estamos solos, más bien nos acompañamos.
- En el pensamiento.
- Y en el sentimiento.
- Dios no lo quiera...
- ¿Porqué no habría de quererme, Maestro?
- ¿Realmente quiere saberlo?
- Ahora que lo menciona y que me obliga a reflexionar sobre ello, sopesando cuidadosamente las ventajas y desventajas de tan difícil y crucial decisión...
- ¿Sí?
- No.
- ¿No?
- Sí.
- ¿Cómo dice?
- Que no, que no me gustaría saberlo.
- Y entonces, ¿porqué insiste en hacer una pregunta de la cual no desea conocer la respuesta?
- ¿Por simple curiosidad, distracción, costumbre, buenos modales?
- Tache lo que no corresponda.
- Mmm, es difícil, Maestro...¿una ayudita?
- Imposible, terminó su tiempo. Entregue la hoja, por favor.
- Aquí tiene.
- Pero, esta hoja está vacía...!
- Como dice el título, no sé porqué se asombra.
- Perdón... ¿cómo dice?

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Radio Imaginaria #23. Eterno presente

- Buenas noches, Antonio, ¿me sirve un café?
- Qué suerte que se decidió a emitir palabra, Maestro...
- Y si considera que emití siete, a una por día debería sentir que su suerte va a durar toda una semana...
- Eso es imposible. No conozco a nadie que pueda jactarse de tamaña suerte.
- Que no lo conozca no quiere decir que sea imposible, Antonio. ¿O acaso conoce Estambul o Vallenar, por nombrar dos hermosas ciudades de cuya existencia no tengo dudas?
- Las conozco, Maestro. Si no me equivoco, Usted mismo me enseñó los rudimentos del oficio de mensajero.
- No recuerdo muchas cosas, últimamente, pero es una virtud de la madurez, parece. Hasta hace poco pensaba que sólo en la juventud se podía vivir en eterno presente.
- ¿Y qué ventajas tendría ese estado, Maestro?
- Si le soy sincero, no tengo la menor idea. Es un ejercicio al que recién le estoy tomando la mano.
- ¿ Diestra o siniestra?
- ¿La mía?
- La suya.
- Mire qué curioso. Mi mano diestra es la siniestra.
- Claro... y ahora me va a decir que su mano siniestra no es diestra...
- Bien, Antonio!!! ¿cómo lo supo?
- Lo ví firmar la planilla de asistencia.
- Pero eso fue hace tanto... en mi juventud le diría.
- Eterno presente, Maestro. No sé porqué se asombra.

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