Séneca
Uno
Cuando escuchó su voz en el teléfono, advirtió que había sido una idea muy inoportuna pasarle ese libro de Séneca "sobre la felicidad y la brevedad de la vida" (recordaba a la perfección la frase impresa en la contratapa, lo pomposo de la tipografía escogida aunque bastante más vagamente su contenido)
Hacía mucho que había superado la desesperación de saber que iba a morir bastante antes de lo que creía necesario.
Desde ese entonces, con metódica naturalidad, había hecho suyo aquello de "vivir cada día como si fuera el último" y no le iba tan mal, salvo cuando perdía el rumbo. En esas ocasiones, se le instalaba en forma casi imperceptible una inquietud pertinaz que lo volvía vulnerable por unas horas o un par de días en el peor de los casos.
Cuando escuchó su voz pensó contarle que, a pesar de todo, aún tenía varios sueños y que era necesario, casi imprescindible, que ella también los tuviera aún pensando que fuera el último día de su vida. Pero calló.
- Ya va a pasar -dijo, y se arrepintió. Alguien le había hecho notar que, en circunstancias como esa, era una frase de lo más desafortunada.
Dos
Carver dice en "Catedral", uno de sus cuentos, que los ciegos no fuman porque no ven el humo del cigarrillo. Lamento contradecir a Carver, pero conozco varios ciegos que fuman. Uno de ellos, particularmente, era sorprendente.
Lo conocí por intermedio de una amiga en común mientras cursaban psicología. Carlos era inteligente, desmesuradamente perceptivo, arrogante, y se recibió a la par de ella. Fumaba, claro, y yo pasaba largos minutos viéndolo prender los cigarrillos y agotarlos hasta la última pitada sin quemarse los dedos.
Vivía con una chica que también era ciega progresiva a causa de la diabetes. Al tiempo se casó con ella.
Muchas veces coincidíamos en alguna reunión, y como vivían cerca de casa, los alcanzaba con mi auto.
Carlos se pasaba todo el viaje indicándome por dónde ir con comentarios de este tenor: "acá en la esquina, cuidado con el bache, tiráte a la izquierda" o " me parece que esta avenida está muy congestionada, te conviene tomar la primera a la derecha, luego seguí dos cuadras por esa calle arbolada, y cuando pases el paredón gris, tenés que doblar otra vez, y tené cuidado con la cuneta que está llena de basura", o " dejame acá en la esquina, frente al almacén, que quiero caminar hasta el quiosco. Nosotros vivimos en esa casa de cerámicas blancas, la ves?, al lado de ese negocio tan feo..."
Así era. Hablaba como si realmente estuviera viendo lo que tenía delante.
Para ir cerrando la historia, supe que luego de casarse emprendieron una suerte de batalla legal para adoptar un hijo. Y no lo consiguieron.
No hace tanto, supe también que ella murió a causa de la enfermedad. Ya no lo volví a ver.
Ahora que lo pienso, creo que él sabía mucho de Séneca.
Esto no es todo, amigos
Cuando escuchó su voz en el teléfono, advirtió que había sido una idea muy inoportuna pasarle ese libro de Séneca "sobre la felicidad y la brevedad de la vida" (recordaba a la perfección la frase impresa en la contratapa, lo pomposo de la tipografía escogida aunque bastante más vagamente su contenido)
Hacía mucho que había superado la desesperación de saber que iba a morir bastante antes de lo que creía necesario.
Desde ese entonces, con metódica naturalidad, había hecho suyo aquello de "vivir cada día como si fuera el último" y no le iba tan mal, salvo cuando perdía el rumbo. En esas ocasiones, se le instalaba en forma casi imperceptible una inquietud pertinaz que lo volvía vulnerable por unas horas o un par de días en el peor de los casos.
Cuando escuchó su voz pensó contarle que, a pesar de todo, aún tenía varios sueños y que era necesario, casi imprescindible, que ella también los tuviera aún pensando que fuera el último día de su vida. Pero calló.
- Ya va a pasar -dijo, y se arrepintió. Alguien le había hecho notar que, en circunstancias como esa, era una frase de lo más desafortunada.
Dos
Carver dice en "Catedral", uno de sus cuentos, que los ciegos no fuman porque no ven el humo del cigarrillo. Lamento contradecir a Carver, pero conozco varios ciegos que fuman. Uno de ellos, particularmente, era sorprendente.
Lo conocí por intermedio de una amiga en común mientras cursaban psicología. Carlos era inteligente, desmesuradamente perceptivo, arrogante, y se recibió a la par de ella. Fumaba, claro, y yo pasaba largos minutos viéndolo prender los cigarrillos y agotarlos hasta la última pitada sin quemarse los dedos.
Vivía con una chica que también era ciega progresiva a causa de la diabetes. Al tiempo se casó con ella.
Muchas veces coincidíamos en alguna reunión, y como vivían cerca de casa, los alcanzaba con mi auto.
Carlos se pasaba todo el viaje indicándome por dónde ir con comentarios de este tenor: "acá en la esquina, cuidado con el bache, tiráte a la izquierda" o " me parece que esta avenida está muy congestionada, te conviene tomar la primera a la derecha, luego seguí dos cuadras por esa calle arbolada, y cuando pases el paredón gris, tenés que doblar otra vez, y tené cuidado con la cuneta que está llena de basura", o " dejame acá en la esquina, frente al almacén, que quiero caminar hasta el quiosco. Nosotros vivimos en esa casa de cerámicas blancas, la ves?, al lado de ese negocio tan feo..."
Así era. Hablaba como si realmente estuviera viendo lo que tenía delante.
Para ir cerrando la historia, supe que luego de casarse emprendieron una suerte de batalla legal para adoptar un hijo. Y no lo consiguieron.
No hace tanto, supe también que ella murió a causa de la enfermedad. Ya no lo volví a ver.
Ahora que lo pienso, creo que él sabía mucho de Séneca.
Etiquetas: Desclasificados
Esto no es todo, amigos