S.M.O.
En cada reunión familiar, me expongo desde el primer "Hola" a los más insospechados derroteros en los que el fútbol ( la actualidad boquense, sobre todo) y los chistes subidos de tono son número puesto.
Se imaginarán que voy preparado para sostener eso, pero nunca sé lo que puede venir después de una copa de vino.
En este caso, y casi como remedando una reunión de ex-alumnos, el detonante fueron las anécdotas de la "colimba", recurso gastado pero infalible para amenizar cualquier reunión con un mínimo de dos y un máximo de "n" masculinos en edad de saber de qué se habla en el auditorio.
Esta vez, no lo resistí.
Soy clase 58, (la primera clase que hacía el servicio militar a los 18) y hubiera debido incorporarme en el año 1976, no sé si les suena.
Es curioso, pero desde siempre supe que nunca haría la "colimba".
Quizás fue mi abuela la que me indujo a ese pensamiento: solía decir que los nacidos el 25 de mayo y el 9 de julio, desde siempre estuvieron exceptuados, vaya a saber por qué extraño cruce entre las fechas patrias y la excención del deber cívico.
(Juro que nunca le creí, aunque tampoco me preocupé demasiado en desvirtuar esa tesis)
Más tarde, con la inminencia de la incorporación sobre mí, ya cursando la facultad de veterinaria, supe que algo llamado "prórroga" me permitiría desempeñarme como profesional al servicio de las FFAA, ni bien estuviese recibido.
(Me aseguraron que sobraban equinos en el arma, por lo cual me pareció una buena chance para eludir el SMO. Hice caso omiso a lo que todos decían: "la lógica de los milicos es tener siempre a alguien a quien forrear. Los médicos van destinados a choferes, los abogados a la cocina, los choferes de tractores al quirófano del hospital Militar. Los veterinarios no sé. Pero recuerdo que soñaba con una de las dos vacantes disponibles en el Archivo. Quiero decir que con una mediana tolerancia al polvo, las cucarachas, la humedad y la claustrofobia, ningún lugar se me aparecía más seguro que ese sótano del edificio Libertad)
La militancia, los amores, la vida misma, (y también, porqué no decirlo, la visión macabra de tantos rumiantes desmembrados flotando en los piletones de formol de la Facultad, vaya metáfora para la época...) me hicieron abandonar la carrera, allá por el 77.
A fines de ese año, entonces, me presenté en el DM Buenos Aires, pleno San Telmo, con la convocatoria a la nueva clase, entregado a cumplir con lo que estaba seguro nunca podría.
(Hubiera querido recordarle a mi cuñado lo que viví esa mañana. Y las noches anteriores. Aunque no pude. Esa despedida de la vida que algunos conscriptos disfrutaban, otros toleraban como algo "necesario" y yo, claramente, sentía como una lápida sobre mí)
- Buenos días. (Le entrego el documento al colimba tras la ventanilla)
- Pablo, tenés algo que ver con...
- Sí, claro. Y si me dejás libre te juro que...
- Pero, Pablo, vos sacaste número bajo...
- Eh?????
- En el sorteo. Clase 58. Número 087. Es número bajo.
- Pero, pero....yo pensé...
Dos años pasé creído que quien pedía prórroga sellaba un pacto de honor con el Arma (ja, qué buena imagen) y ya no podía acogerse a los beneficios de, por ejemplo, un "número bajo".
No recuerdo qué hice ese día, probablemente a causa de lo que hice. Pero muy bien hecho estuvo y lo volvería a hacer.
No sé si lo pueden entender, pero volví a la vida. Y le dije a mi cuñado que se dejara de joder con esas historias pelotudas de milicos.
Me miró un instante, perplejo, y dijo que para él, Palermo era de madera.
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