Conversaciones con mi Editor. Diez
- Mire, Rimoldi, a esta altura de mi vida, no creo que tenga que andar dando explicaciones.
Corté. Le corté como si el hijo de puta fuera ese pobre auricular. Corté y lamenté que sólo hubiera una oportunidad para cortar esa comunicación.
Hubiera querido hacerlo diez, cien mil veces. Cortar con tijeras. De un tirón. Sin anestesia ni explicaciones "que no sirven para nada". Estrellar ese aparato maldito (que hubiera jurado tenía su cara) contra las paredes. Y no una, sino todas las veces. Todas. Lo que se dice cortar para siempre.
Antes de hacerlo me sentía seguro, poderoso, envalentonado. Por eso le grité sin reservas que no me jodiera más y que se fuera a guardar en la cueva que le dio origen.
Ahora no sé. Ya no sé.
Corté. Le corté como si el hijo de puta fuera ese pobre auricular. Corté y lamenté que sólo hubiera una oportunidad para cortar esa comunicación.
Hubiera querido hacerlo diez, cien mil veces. Cortar con tijeras. De un tirón. Sin anestesia ni explicaciones "que no sirven para nada". Estrellar ese aparato maldito (que hubiera jurado tenía su cara) contra las paredes. Y no una, sino todas las veces. Todas. Lo que se dice cortar para siempre.
Antes de hacerlo me sentía seguro, poderoso, envalentonado. Por eso le grité sin reservas que no me jodiera más y que se fuera a guardar en la cueva que le dio origen.
Ahora no sé. Ya no sé.
Etiquetas: Conversaciones con mi Editor
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