viernes, mayo 12, 2006

Conversaciones con mi Editor. Nueve

Se respiraba madrugada y aún seguía allí, sentado frente al teclado, buscando un buen tema para una nueva historia.
La copa vacía sobre mi escritorio volvía inútil toda otra explicación: estaba claro que el primer recurso, el más obvio, el más inmediato, no había dado resultado.
En segunda instancia, entonces, apelé a mis recuerdos, pero rápidamente descubrí que no tenía ninguno.

A continuación, fue el turno de concentrarme en mi piel y en las sensaciones primarias que imaginaba latentes bajo mis terminales nerviosas. (Debo aclarar que este ejercicio -realizado en una tenue penumbra con los ojos entrecerrados- siempre me remitió más a una experiencia cuasi-mística que a un método de inducción a la escritura. No es infalible, claro, aunque a menudo solía proveerme de ese preciado material en bruto que con algo de suerte y bastante paciencia -o viceversa, según las circunstancias- no tardaba en convertir en las palabras tan ansiadas).
Sin embargo, esta vez tampoco fue suficiente.

Desesperado, me obligué al sacrificio: me clavé alfileres, caminé sobre brasas ardientes, exhumé entre mis papeles las frases más dolorosas e hirientes que me fueron dichas...y nada.

Lloré de impotencia hasta quedar exhausto, vacío, tendido a cuarenta centímetros del piso. Recién entonces comprendí que estaba irremediablemente muerto.

Al fin, había conseguido un buen principio para mi historia.

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