domingo, septiembre 17, 2006

Road Movie. Escena Ocho

A fuerza de sacarle provecho al principio físico de la condensación, el cielo había hecho acopio de mucha más fauna de la que me imaginaba. Como es de suponer, gatos y perros eran mayoría, pero no faltaban serpientes, ratas, caracoles y arañas por no decir ungulados, desdentados y voluminosos paquidermos que desde tal altura metían mucho miedo.

Cuando comenzó a llover intuí que las nubes tenían la firme convicción de restituir todo aquello al sitio de origen en condiciones que adiviné no iban a ser las mejores para los que estábamos abajo. Por lo tanto, no es necesario que lo aclare, aquella noche mi convertible rojo quedó en el garage.

Olvidé decir que el granizo de los otros días había transformado su reluciente capota blanca en un llamativo colador de té para gigantes... adictos al té, claro. Nadie está suficientemente preparado para las catástrofes o emergencias... y yo no soy una excepción a la regla. Aunque al día de hoy me lamento de no haber llevado una taza de las proporciones adecuadas en el asiento trasero.

Volviendo a esa noche, es posible que no pueda explicar cómo o porqué llegamos a casa, después de unas horas maravillosas y unos mojitos adulterados.

Jugamos al gato y al ratón por un rato.
Yo pretendiendo ser gato y sintiéndome cada vez más ratón en sus garras.
Lo que es mejor, disfrutando con ello.

Al tiempo, vio mis computadoras y se sentó frente a la pantalla como yo frente al volante.
Respiró hondo, se sacó un mechón de pelo de la cara, y todo en ella fue sonrisa cuando subió el volumen de la música para salir sin rumbo fijo a buscar con más ansiedad que prisa un rumbo posible, ese que supone que la espera en algún sitio que desconoce, pero que podría estar del otro lado de la pantalla.

En tales circunstancias, dejé que ella conduciera y sólo me ocupé de acariciarla hasta que el placer se me hizo demasiado. Entonces, dejé caer mi cabeza en su hombro y rocé su pelo que olía exactamente a todo lo que hubiera querido oler. Luego, quise dejar de respirar para guardar dentro mío ese perfume por siempre, pero- maldita fisiología- no me fue posible.

Así las cosas, no recuerdo que me haya tocado. Apenas si me cantó una canción en un idioma que no entendí pero que me hizo dormir junto a ella hasta el día de hoy.

Mientras dormía, soñé que alguien decía "Je t'aime nunca será lo mismo que te amo".
Quise despertar para advertirle y no pude.
Cuando lo hice, claro, ya no estaba.

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