Libretas Norte Pág. 75, Otro agujero en la pared
Es la hora de la siesta y ni bien cierro los ojos aparece nítida la imagen de un agujero en la pared de mi cuarto.
Sé que no debería importunarme. Trato de obligarme a pensar que es sólo un sueño.
Sin embargo, de a poco y sin que pueda explicar cómo, adquiere entidad en mí la idea de un deceso lento y silencioso.
Según leyes físicas que conozco es improbable (aunque no imposible) que todo el aire que necesitan mis pulmones se filtre de a poco a través de ese mínimo orificio. En esa línea de pensamiento, y sin demasiados fundamentos a la vista que le den sustento se instala en mí la hipótesis de una muerte súbita por asfixia.
(Cuando adultos, la muerte deja de ser lo que creíamos de pequeños: un duelo de espadas contra un enemigo que da la cara)
Sé que comienzo a desesperarme porque mi pulso cardíaco sube. Además, transpiro, jadeo, tartamudeo y desfallezco.
Miro la orfandad vulnerable que me rodea en busca de un arma con la cual ejercer mi legítima defensa, y encuentro mi dedo índice que se tensa y obtura el hueco.
Luego, vuelvo a mi sueño, pero mi calma no dura mucho.
Despierto sobresaltado cuando escucho golpes y rasguños desde el otro lado del muro.
Alguien parece ahogarse sin remedio pero a esta altura de los acontecimientos ya no me atrevo a despertar.
Sé que no debería importunarme. Trato de obligarme a pensar que es sólo un sueño.
Sin embargo, de a poco y sin que pueda explicar cómo, adquiere entidad en mí la idea de un deceso lento y silencioso.
Según leyes físicas que conozco es improbable (aunque no imposible) que todo el aire que necesitan mis pulmones se filtre de a poco a través de ese mínimo orificio. En esa línea de pensamiento, y sin demasiados fundamentos a la vista que le den sustento se instala en mí la hipótesis de una muerte súbita por asfixia.
(Cuando adultos, la muerte deja de ser lo que creíamos de pequeños: un duelo de espadas contra un enemigo que da la cara)
Sé que comienzo a desesperarme porque mi pulso cardíaco sube. Además, transpiro, jadeo, tartamudeo y desfallezco.
Miro la orfandad vulnerable que me rodea en busca de un arma con la cual ejercer mi legítima defensa, y encuentro mi dedo índice que se tensa y obtura el hueco.
Luego, vuelvo a mi sueño, pero mi calma no dura mucho.
Despierto sobresaltado cuando escucho golpes y rasguños desde el otro lado del muro.
Alguien parece ahogarse sin remedio pero a esta altura de los acontecimientos ya no me atrevo a despertar.
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