Almuerzo en el Brighton. Segunda escena.
“Siento el cansancio de Santiago, quiero hallar en Valparaíso una casa para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo. Pero con comercio cerca. Además, tiene que ser muy barata. ¿Crees que podré encontrar una casa así en Valparaíso?” Carta de Neruda a su amiga y poeta Sara Vial.
Muchas otras veces volví a Valparaíso.
Nunca por trabajo ni por obligaciones contractuales. Sólo por el placer de pasear por esa ciudad maravillosa con casas de colores colgadas de los cerros.
Cuando un arquitecto dice que pasea, en realidad miente. Somos una especie de detectives tratando de descubrir el alma de lo que se ve. Y de lo que no pero se intuye.
Desde el principio quise conocer la Sebastiana, la casa de Neruda allá en las alturas. Desde los ochentas que tengo fotos y revistas que me muestran lo que me podría encontrar.
Sólo después de varias tentativas infructuosas pude acceder a los secretos de esas habitaciones donde seguramente el poeta vivió, amó, escribió tal como yo lo hubiera hecho de estar en esos ambientes tan acogedores para la vida. el amor, la escritura.
Además estaba el océano: como él lo veía desde allá arriba, donde estaba el último cuarto, su estudio.
Ninguna de las miradas pedestres que uno pudiera tener desde la calle, desde el centro o desde el puerto mismo se le pueden igualar.
Desde ese mirador privilegiado sólo bastaba entrecerrar los ojos a oriente o a poniente (porque los ventanales permitían esa visión de casi 180 grados) para que todas las historias comenzaran a fluir sin pausa.
Por razones que me reservo, nunca volví al Brighton desde aquel mediodía del 2008.
Si me siguen, estoy seguro entenderán porqué.
Ansiaba volver pero no de cualquier manera. No a las apuradas, ni por si acaso, ni porque sí.
Un mediodía agraciado de fines de mayo ella, yo y la historia de esta historia nos fuimos a Valpo para volver a festejar algo.
Algo absolutamente nuestro, claro, porque de Neruda ya no se festeja nada...
Ya cuento cómo.
Muchas otras veces volví a Valparaíso.
Nunca por trabajo ni por obligaciones contractuales. Sólo por el placer de pasear por esa ciudad maravillosa con casas de colores colgadas de los cerros.
Cuando un arquitecto dice que pasea, en realidad miente. Somos una especie de detectives tratando de descubrir el alma de lo que se ve. Y de lo que no pero se intuye.
Desde el principio quise conocer la Sebastiana, la casa de Neruda allá en las alturas. Desde los ochentas que tengo fotos y revistas que me muestran lo que me podría encontrar.
Sólo después de varias tentativas infructuosas pude acceder a los secretos de esas habitaciones donde seguramente el poeta vivió, amó, escribió tal como yo lo hubiera hecho de estar en esos ambientes tan acogedores para la vida. el amor, la escritura.
Además estaba el océano: como él lo veía desde allá arriba, donde estaba el último cuarto, su estudio.
Ninguna de las miradas pedestres que uno pudiera tener desde la calle, desde el centro o desde el puerto mismo se le pueden igualar.
Desde ese mirador privilegiado sólo bastaba entrecerrar los ojos a oriente o a poniente (porque los ventanales permitían esa visión de casi 180 grados) para que todas las historias comenzaran a fluir sin pausa.
Por razones que me reservo, nunca volví al Brighton desde aquel mediodía del 2008.
Si me siguen, estoy seguro entenderán porqué.
Ansiaba volver pero no de cualquier manera. No a las apuradas, ni por si acaso, ni porque sí.
Un mediodía agraciado de fines de mayo ella, yo y la historia de esta historia nos fuimos a Valpo para volver a festejar algo.
Algo absolutamente nuestro, claro, porque de Neruda ya no se festeja nada...
Ya cuento cómo.
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