miércoles, febrero 01, 2006

Locas vacaciones

No sé lo que se imaginan.

Pero en esta oportunidad me refiero a las que estoy pasando con mis hijas.

(Una suerte de filioterapia, según me dijeron)

Recordé la vieja técnica de teñir remeras con nudos, me lucí haciendo pulseritas de mostacilla (no en vano pasé años vendiéndolas en Gesell), escuchamos a Elvis, la nueva pasión de mi más pequeña, a los Who y a Lennnon. Y de a poco, le voy enseñando a bailar el rock and roll.

Nos vimos todos los estrenos y ya, de puro aburridos, nos alquilamos el Submarino Amarillo.

Compramos pintura, pinceles, papeles, cola, y con otro tanto lo que había en la casa convertimos toda superficie horizontal en mesa de taller.

La mayor suele pasar horas chateando con sus amigas, aunque supongo que eso significa que tiene un novio. Todavía no lo conozco, si es lo que quieren saber. Pero que lo tiene, lo tiene.

Y en los ratos que se cansa de chatear (que son los menos, pero deben coincidir con los momentos en que el tipo en cuestión se va al baño o a cenar o a dormir), le digo que tome el saxo - que deben saberlo, lo toca mucho mejor que yo- y conmigo en la viola, zapamos algo hasta que los vecinos patean el cielorraso.

Entonces, los tres, mis dos hijas y yo, nos miramos y nos sonreímos con una estudiada complicidad.

Sabemos que es hora de cruzarse a la plaza y sentarse en el pasto para hablar de cualquier cosa hasta que amanezca.