(Malas) experiencias
Para lo que era habitual entre mis amigos, se podría decir que debuté más bien tarde: el consenso general consideraba así tener una primera experiencia bien pasados los veinte años, aunque por una inevitable ley de compensaciones, a partir de ese momento no me daría respiro en probarlo todo.
Sesiones clásicas individuales, otras en las que mi pareja ocasional tuvo oportunidad de lucirse, grupos donde todos parecían querer participar, aunque se guardaban más de lo que ponían.
Estuve con hombres y con mujeres. En ambientes espartanos, coquetos, lujosos, monacales, sugestivos. Cada uno el más fiel reflejo de la forma de ser de su morador. Y, si mal no recuerdo, hasta en la soledad de un despacho de hospital público.
Hubo quien quiso hablarme y quien no. Quién pudo escucharme hasta que no dije más nada y quien se quedó dormida a los pocos minutos de estar con ella.
Por las infaltables discusiones - por el dinero, la inconstancia o el humo de mi cigarrillo-, por aburrimiento o por que sí (que en muchos casos era la misma cosa), nunca pude encontrar alguien que, de verdad, me diera vuelta.
Entonces, sin esfuerzo, después de un tiempo que podría haber sido menos, dije basta.
Basta de malas experiencias.
Nunca más volví a pisar ningún consultorio ni a enredarme con el ovillo del psicoanálisis.
Sesiones clásicas individuales, otras en las que mi pareja ocasional tuvo oportunidad de lucirse, grupos donde todos parecían querer participar, aunque se guardaban más de lo que ponían.
Estuve con hombres y con mujeres. En ambientes espartanos, coquetos, lujosos, monacales, sugestivos. Cada uno el más fiel reflejo de la forma de ser de su morador. Y, si mal no recuerdo, hasta en la soledad de un despacho de hospital público.
Hubo quien quiso hablarme y quien no. Quién pudo escucharme hasta que no dije más nada y quien se quedó dormida a los pocos minutos de estar con ella.
Por las infaltables discusiones - por el dinero, la inconstancia o el humo de mi cigarrillo-, por aburrimiento o por que sí (que en muchos casos era la misma cosa), nunca pude encontrar alguien que, de verdad, me diera vuelta.
Entonces, sin esfuerzo, después de un tiempo que podría haber sido menos, dije basta.
Basta de malas experiencias.
Nunca más volví a pisar ningún consultorio ni a enredarme con el ovillo del psicoanálisis.
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