Conversaciones con mi Editor. Siete.
Contrariamente a lo que me sucedía a diario, hoy estaba ansioso por recibir ese llamado.
Hubiera apostado que el maldito teléfono leía mis pensamientos y, justamente por eso, permanecía mudo.
Todavía no eran las ocho, y ya estaba cansado. Después de despertarme y de realizar mi rutina aeróbica de todas las mañanas -caminar a paso vivo las dos cuadras que me separaban del kiosco para abastecerme de cigarrillos-, había desayunado lo de siempre: café negro y pan con palta. (Bueno, en realidad lo de siempre era el vaso de cerveza caliente que quedaba del día anterior sobre mi mesa de noche, pero en días especiales como éste se justificaba optar por un menú premium)
Había regado también mi almácigo de hierbas aromáticas y lavado la vajilla que hacía varios días flotaba en la pileta de la cocina, pero no por descuido. Había leído en una oportunidad un estudio sobre la interpretación astrológica de las manchas de grasa flotando en el agua, y me había convertido en un adepto de tan promisoria ciencia predictiva. Quizás algún día pueda contarles mis avances sobre el tema.
Sentado en el sofá, cerré los ojos y ví llover. Ya sé que parece una incongruencia, pero el caso es que para ver, tuve que cerrar los ojos y lo más sorprendente es que no sólo llovía dentro de mí, sino también afuera.
Entonces, sin poder precisar exactamente si era el agua que arrastraba hojas y papeles por la calle o la hoja o el papel que eran arrastrados, me dormí, sabiendo que esperaba algo.
Esperando sin saber qué.
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Hubiera apostado que el maldito teléfono leía mis pensamientos y, justamente por eso, permanecía mudo.
Todavía no eran las ocho, y ya estaba cansado. Después de despertarme y de realizar mi rutina aeróbica de todas las mañanas -caminar a paso vivo las dos cuadras que me separaban del kiosco para abastecerme de cigarrillos-, había desayunado lo de siempre: café negro y pan con palta. (Bueno, en realidad lo de siempre era el vaso de cerveza caliente que quedaba del día anterior sobre mi mesa de noche, pero en días especiales como éste se justificaba optar por un menú premium)
Había regado también mi almácigo de hierbas aromáticas y lavado la vajilla que hacía varios días flotaba en la pileta de la cocina, pero no por descuido. Había leído en una oportunidad un estudio sobre la interpretación astrológica de las manchas de grasa flotando en el agua, y me había convertido en un adepto de tan promisoria ciencia predictiva. Quizás algún día pueda contarles mis avances sobre el tema.
Sentado en el sofá, cerré los ojos y ví llover. Ya sé que parece una incongruencia, pero el caso es que para ver, tuve que cerrar los ojos y lo más sorprendente es que no sólo llovía dentro de mí, sino también afuera.
Entonces, sin poder precisar exactamente si era el agua que arrastraba hojas y papeles por la calle o la hoja o el papel que eran arrastrados, me dormí, sabiendo que esperaba algo.
Esperando sin saber qué.
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