miércoles, junio 14, 2006

Exorcismos en un Bar. Manual de Instrucciones

Sentarse en una mesa de un Bar cualquiera, no importa la calle, el día, la hora. Evitar el bullicio, preferir la penumbra. Esperar el café sin impaciencia, sin distracciones. Simular cordialidad, distensión, nunca dejar cabos sueltos. Fijar la vista por unos minutos en el centro de la taza, más exactamente, hasta poder significar lo oscuro implícito en la densitud de ese espejo sin brillo.
Recién entonces, retener la respiración, sumergir la cucharita, revolver.

A los efectos de lo que nos ocupa es irrelevante la adición o no de terrones de azúcar u otras sustancias edulcorantes. Advertir a este respecto, que, contra toda lógica, lo que es revuelto es el líquido en sí. Y muy a menudo, como se verá, ni siquiera eso.

Sistematizar este movimiento de forma tal que se vuelva mecánico, automático, anárquico respecto del impulso que le dio origen. Lo usual para esta operación es proceder en sentido horario si se lo hace con la mano izquierda, antihorario si la mano que sostiene la cuchara es la diestra, procurando hacer foco en el ojo profundo que la operación anterior genera sobre la superficie humeante del café. Ser fuerte, insensible, imparcial, sostener esa mirada, adivinar el fondo donde comienza a agitarse un sedimento de recuerdos, pasado, demonios, cajones, basura. Todo vale a tal efecto.

Lentamente, dejarse llevar por esa cuchara que gira. Abandonarse al sentido horario o antihorario que -según el caso- adopta la mano, el brazo, el torso, luego de un lapso que se estima debería ser breve pero que depende de las circunstancias.

Percibir de a poco que la cuchara está inmóvil y el que ahora gira descontroladamente es el cuerpo en su conjunto, describiendo círculos espasmódicos sobre la taza que se vuelven más prolijos conforme aumenta la velocidad. Abandonarse lánguidamente a pesar de la náusea, el vértigo, el dolor de los primeros momentos. Por ningún motivo, esto es importante, dejar de sostener firmemente la cuchara.

Conceder a la fuerza centrífuga la propiedad de conducir el sedimento de recuerdos, pasado, demonios, cajones, basura desde ese fondo donde se agitaba antes hasta la periferia de poros que aguardan como perros con sus fauces abiertas.
Tanspirar, llorar, escupir, vomitar, abrir caminos, hacerse a un lado para que lo que busca salir, salga.

Vuelta la calma, beber el café, retocar el maquillaje, acomodar la solapa del saco, sonreír al mozo, pagar la cuenta, dejar propina.

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