miércoles, septiembre 27, 2006

Libretas Norte Pág. 64 Vecinas


Imagen: B. Brandt


- ...el del quinto.
- Te digo que es el del sexto.
- ¿Estás segura?
- Absolutamente.
- Sin embargo, hubiera jurado...
- No lo hagas, es como te digo.
- ¿Lo viste bajar?
- No. Pero escuché sus llaves.
- ...
-...
- Parece más alto, ¿no?
- Es la distancia.
- ...y más triste.
- Cierto.
- ¿Será la distancia?
- No sé.
-...
-...
- Se lo ve un poco desprolijo, también.
- Es extraño, él nunca fue así.
- Tal vez el apuro por salir.
- O la urgencia por llegar.
- ¿Dónde?
- Qué más da. Ahí lo tenés, después de todo.
- Cierto. Todavía está ahí.
- ...
-...
- Está haciendo frío.
- Sí.
- Mejor, cerramos la ventana.
- ¿Y él?
- Todavía está ahí...
- ¿Todavía?
- Sí, pero por suerte ya lo taparon.
- Qué suerte...con el frío que está haciendo...

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viernes, septiembre 22, 2006

Libretas Norte Pág. 61. Se acabó su tiempo.

- Resumiendo, mi cuerpo y mi mente no se llevan del todo bien.
- Explíquese un poco mejor, por favor.
- Mientras uno se obstina con aplicación en cumplir rigurosamente todas y cada una de las leyes del envejecimiento, la otra hace todo lo posible por desconocerlas.
- Para su tranquilidad, le aclaro que no se la conoce, precisamente, por ser una pareja de buena química.
- Mire, reconozco que soy una persona fácilmente entregada a los constructos literarios y como tal, no me cuesta demasiado asimilar la idea de que bastan unas pocas palabras para que el tiempo se detenga...
- Una idea bastante osada de su parte, por no decir imprudente.
- Tal vez. Sin embargo, no crea que evito situarme de pie frente al espejo tantas veces como es posible para escrutar con espíritu de forense la desnudez laxa de ese cuerpo que, en más de un sentido, va dejando de serlo.
- En ese momento, me imagino, no hay palabras más que para hacerse preguntas...
- O para evitarlas piadosamente...lo que produce casi el mismo efecto.
- Ajá.
- Es un lindo tema para desarrollar...¿no le parece?
- Sí, pero terminó su tiempo.
- Justamente es lo que estoy tratando de contarle.
- No me refiero a ese tiempo.
- ¿No?
- No.
- Ah...¿es que hay otro?
- Lo que quise decir es que espero a otro paciente en tres minutos, si no le importa.
- ¿Tres minutos?
- Dos con veinticinco, para ser rigurosos.
- ¿Y si no viene?
- Cosa de él.
- ¿Es un hombre?
- Digo él sólo para significar el paciente.
- Entiendo. No cabe duda que es un hombre.
- ¿Cómo lo sabe?
- Se acabó su tiempo...la veo la semana que viene.

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lunes, septiembre 18, 2006

Caminar el barrio. La Polaquita

Promediaban los cincuentas cuando la polaquita escandalizaba a las vecinas que hablaban a sus espaldas del largo y ancho de su decencia, siempre unos centímetros por encima de lo que se juzgaba recomendable.

(Es justo decir que hoy, con algo menos de hipocresía y de pudor, llamaríamos a las cosas por su nombre. Pasión era esa virtud que las damas en cuestión parecían no haber experimentado nunca o tal vez sí, pero habiendo sufrido todos los efectos colaterales)

Un auditorio cautivo de vecinos obsecuentes -en su mayoría consortes,vástagos y favorecedores en línea directa- asentía sin objeciones cada vez que se repetía como una oración la letanía de siempre, aunque no perdía la oportunidad de desentumecer sus más recónditas fantasías al calor siempre familiar de una vereda o un mate.
En esa penumbra cómplice, los hombres se permitían hablar de otras dimensiones que les eran más desconocidas y bastante más atractivas como ser el largo de su falda, lo atrevido de su melena, la generosidad escandalosa de su cadera.

Para peor, a pesar de su rol de musa inspiradora, la polaquita no acusaba recibo de ninguna de estas conspiraciones. Con la caída del sol, tan sólo se remitía a elegir su mejor vestido, cepillar su pelo rubio y esperar sin prisa junto a la ventana el auto que había prometido recogerla.

Nunca es el mismo auto, lanzaban las vecinas. Ni el mismo vestido, babeaban los vecinos. No sé si vieron cómo brilla su cabello. Y cómo lo hace hoy su piel. Comentarios que unas y otros lanzaban a su tiempo sin mirar al costado, cosa de no importunar.

Era verdad. Ni el auto, ni el vestido ni siquiera el hombre se repitieron durante todos esos años en que las celosías del barrio se entornaban a medias para verla salir cuando la bocina anunciaba a lo ancho y lo largo de la cuadra que otra noche se inauguraba para ella.

Hoy, hay quienes juran haberla visto tras las cortinas de la ventana de su casa, la misma de siempre.
Otros, más maledicentes, advierten con alivio que por suerte ya no hay autos lujosos haciendo sonar la bocina frente a su puerta. Las vecinas, entretanto, dan vuelta la cara conuna mueca amarga cuando pasan despacio frente a su puerta.

Aquellos que la conocieron, no obstante, me aseguran que su sonrisa no ha cambiado.

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Caminarás tu barrio. La Polaquita


Imagen: Grete Stern

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domingo, septiembre 17, 2006

Road Movie. Escena Ocho

A fuerza de sacarle provecho al principio físico de la condensación, el cielo había hecho acopio de mucha más fauna de la que me imaginaba. Como es de suponer, gatos y perros eran mayoría, pero no faltaban serpientes, ratas, caracoles y arañas por no decir ungulados, desdentados y voluminosos paquidermos que desde tal altura metían mucho miedo.

Cuando comenzó a llover intuí que las nubes tenían la firme convicción de restituir todo aquello al sitio de origen en condiciones que adiviné no iban a ser las mejores para los que estábamos abajo. Por lo tanto, no es necesario que lo aclare, aquella noche mi convertible rojo quedó en el garage.

Olvidé decir que el granizo de los otros días había transformado su reluciente capota blanca en un llamativo colador de té para gigantes... adictos al té, claro. Nadie está suficientemente preparado para las catástrofes o emergencias... y yo no soy una excepción a la regla. Aunque al día de hoy me lamento de no haber llevado una taza de las proporciones adecuadas en el asiento trasero.

Volviendo a esa noche, es posible que no pueda explicar cómo o porqué llegamos a casa, después de unas horas maravillosas y unos mojitos adulterados.

Jugamos al gato y al ratón por un rato.
Yo pretendiendo ser gato y sintiéndome cada vez más ratón en sus garras.
Lo que es mejor, disfrutando con ello.

Al tiempo, vio mis computadoras y se sentó frente a la pantalla como yo frente al volante.
Respiró hondo, se sacó un mechón de pelo de la cara, y todo en ella fue sonrisa cuando subió el volumen de la música para salir sin rumbo fijo a buscar con más ansiedad que prisa un rumbo posible, ese que supone que la espera en algún sitio que desconoce, pero que podría estar del otro lado de la pantalla.

En tales circunstancias, dejé que ella conduciera y sólo me ocupé de acariciarla hasta que el placer se me hizo demasiado. Entonces, dejé caer mi cabeza en su hombro y rocé su pelo que olía exactamente a todo lo que hubiera querido oler. Luego, quise dejar de respirar para guardar dentro mío ese perfume por siempre, pero- maldita fisiología- no me fue posible.

Así las cosas, no recuerdo que me haya tocado. Apenas si me cantó una canción en un idioma que no entendí pero que me hizo dormir junto a ella hasta el día de hoy.

Mientras dormía, soñé que alguien decía "Je t'aime nunca será lo mismo que te amo".
Quise despertar para advertirle y no pude.
Cuando lo hice, claro, ya no estaba.

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viernes, septiembre 15, 2006

Libretas Norte. Pág. 59. Hombre común

Despertó con el ruido de vidrios rotos en la cocina.

Para cuando trataba de explicarse si era el incidente casual de un sueño o el sueño de un incidente casual, la sombra ya estaba enfrente suyo con el cuchillo en la mano. Sintió un frío impreciso -madrugada, incidente, cuchillo, sombra- y necesitó cubrirse con la manta antes de incorporarse de la cama y reclamar explicaciones.

- ¿Quién es Usted?

El Otro apoyó la punta de su arma con destreza y rapidez en ese hueco que sabía desguarnecido por debajo de las costillas, donde estaba seguro que la carne sentiría su presencia. Luego, dijo.

- Soy un hombre común, me conformo con poco.

Cuando el Otro habló pareció absorber todo el aire y el tiempo de esa habitación con sus pocas palabras.
Él recordó que esos eran dos recursos que hasta no hace mucho parecían abundantes y no tan imprescindibles como ahora y, sin pensarlo mucho, apeló a su indignación para salir del paso.

- Que yo sepa, ningún hombre común anda armado, metiéndose a pura sorpresa y prepotencia en casa ajena.

- Mmm...todos dicen lo mismo, pero le informo que es mi trabajo. En todo caso, comprenda que no hago más que acudir a su llamado.

Un poco más de tiempo podría haber sido un buen deseo para la ocasión, pero quién está en condiciones de conseguir tal cosa sin dar nada a cambio, y menos en una urgencia como la que se presenta.

- No recuerdo haberlo hecho.

- Ya lo sé...nadie desea recordarlo.

- ¿Qué hace aquí?

- Ya se lo dije, me conformo con poco.

Repitió la pregunta y al advertirlo, comprendió que estaba definitivamente perdido. Aún así, intentó conferirle algo de orgullo a su réplica.

- Por lo que sé ningún hombre, por más común que sea, se conforma con poco.

- Usted dirá si eso es una suerte o una desgracia...

- ¿Y Usted qué dice?

- Muy poco.

- ¿Cuánto de poco?

- Menos de lo que imagina.

- ¿Qué quiere de mí?

La mueca en sus labios fue apenas una pretérita forma de sonrisa. Suficiente, sin embargo, para acompañar la imperceptible presión de sus dedos sobre el cuchillo. La hoja filosa encontrando el resquicio justo entre los huesos para vulnerar la carne y los remordimientos de última hora.

-Nada.

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viernes, septiembre 08, 2006

Radio Imaginaria #46. Mareas

- Buenas noches, Maestro.
- Buenas noches de luna, Antonio.
- Hay cosas que se revuelven allí adentro...¿no?
- ¿Aquí?
- Allá.
- ¿Por las noches?
- Con la luna.
- Las mareas, según dicen.
- ¿A Usted lo marean?
- ¿Las mareas?
- Las noches.
- Sólo si son de luna llena.
- Me lo imaginaba...en la oscuridad toda luz marea.
- Hasta sus ojos, si vamos al caso, aunque no debería confundir mareo con enceguecimiento.
- ¿Qué elegiría Usted, Maestro?
- A ella, por supuesto.
- Disculpe,pero me parece que no entendió mi pregunta.
- Lo disculpo, aunque sigo pensando que Usted no comprendió mi respuesta.
- Bueno...me pareció oír "mareo o enceguecimiento"
- Qué curioso...justamente lo que dije...
- Sorprendente.
- Como el mar en luna llena, sin dudas.
- ...
- ...
- Maestro...
- ¿Sí?
- ¿Cuánta luna cree Usted que es posible revolver en el mar?
- Habiendo tiempo, casi toda.
- ¿Sin alterar su sabor?
- Ni siquiera el color...
- ¿De la luna?
- Del mar, Antonio.

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