lunes, septiembre 18, 2006

Caminar el barrio. La Polaquita

Promediaban los cincuentas cuando la polaquita escandalizaba a las vecinas que hablaban a sus espaldas del largo y ancho de su decencia, siempre unos centímetros por encima de lo que se juzgaba recomendable.

(Es justo decir que hoy, con algo menos de hipocresía y de pudor, llamaríamos a las cosas por su nombre. Pasión era esa virtud que las damas en cuestión parecían no haber experimentado nunca o tal vez sí, pero habiendo sufrido todos los efectos colaterales)

Un auditorio cautivo de vecinos obsecuentes -en su mayoría consortes,vástagos y favorecedores en línea directa- asentía sin objeciones cada vez que se repetía como una oración la letanía de siempre, aunque no perdía la oportunidad de desentumecer sus más recónditas fantasías al calor siempre familiar de una vereda o un mate.
En esa penumbra cómplice, los hombres se permitían hablar de otras dimensiones que les eran más desconocidas y bastante más atractivas como ser el largo de su falda, lo atrevido de su melena, la generosidad escandalosa de su cadera.

Para peor, a pesar de su rol de musa inspiradora, la polaquita no acusaba recibo de ninguna de estas conspiraciones. Con la caída del sol, tan sólo se remitía a elegir su mejor vestido, cepillar su pelo rubio y esperar sin prisa junto a la ventana el auto que había prometido recogerla.

Nunca es el mismo auto, lanzaban las vecinas. Ni el mismo vestido, babeaban los vecinos. No sé si vieron cómo brilla su cabello. Y cómo lo hace hoy su piel. Comentarios que unas y otros lanzaban a su tiempo sin mirar al costado, cosa de no importunar.

Era verdad. Ni el auto, ni el vestido ni siquiera el hombre se repitieron durante todos esos años en que las celosías del barrio se entornaban a medias para verla salir cuando la bocina anunciaba a lo ancho y lo largo de la cuadra que otra noche se inauguraba para ella.

Hoy, hay quienes juran haberla visto tras las cortinas de la ventana de su casa, la misma de siempre.
Otros, más maledicentes, advierten con alivio que por suerte ya no hay autos lujosos haciendo sonar la bocina frente a su puerta. Las vecinas, entretanto, dan vuelta la cara conuna mueca amarga cuando pasan despacio frente a su puerta.

Aquellos que la conocieron, no obstante, me aseguran que su sonrisa no ha cambiado.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muy buenos textos Maestro. No sé cómo llegué hasta aquí pero me agradó mucho la sensibiidad y simpleza de su tarea.

8:54 p.m.  
Blogger El Maestro said...

A mí también me asombra que haya llegado hasta aquí.

Chapeau.

1:03 a.m.  

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