Dos tigres
Uno
En la infancia, yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante.
J.L.Borges (Dreamtigers. Frag. de "El Hacedor" (1960)
Dos
La adoración del tigre es superlativa a la del gato.
Un día me ví en la necesidad de adoptar a un gato como mascota para no ser menos que los otros, cuando en verdad mi deseo era tener un tigre.
Lo discutimos en casa, pero no parecía una buena idea: los sillones recién retapizados en cuerina blanca, la vecina del segundo siempre atenta a los más mínimos sonidos provenientes de mi patio (deben saber que toco el saxo dentro del placard de mi cuarto para no importunarla), la amenaza de un desalojo que, en los tiempos que corren, alude a un desamparo hostil y pródigo en privaciones.
Por último, entendí que no soy Borges, que así son las cosas, que el tigre asiático y real quedaría sólo en mis sueños -poder "causar un tigre" cuando lo decidiera no era poco, después de todo-.
Así fue como me quedó este Tigre vegetal, líquido, vivo, al que hacer objeto de mi adoración.
Pero antes, claro, tuve que construir un castillo sobre un elefante.
En la infancia, yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante.
J.L.Borges (Dreamtigers. Frag. de "El Hacedor" (1960)
Dos
La adoración del tigre es superlativa a la del gato.
Un día me ví en la necesidad de adoptar a un gato como mascota para no ser menos que los otros, cuando en verdad mi deseo era tener un tigre.
Lo discutimos en casa, pero no parecía una buena idea: los sillones recién retapizados en cuerina blanca, la vecina del segundo siempre atenta a los más mínimos sonidos provenientes de mi patio (deben saber que toco el saxo dentro del placard de mi cuarto para no importunarla), la amenaza de un desalojo que, en los tiempos que corren, alude a un desamparo hostil y pródigo en privaciones.
Por último, entendí que no soy Borges, que así son las cosas, que el tigre asiático y real quedaría sólo en mis sueños -poder "causar un tigre" cuando lo decidiera no era poco, después de todo-.
Así fue como me quedó este Tigre vegetal, líquido, vivo, al que hacer objeto de mi adoración.
Pero antes, claro, tuve que construir un castillo sobre un elefante.
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