Conversaciones con mi Editor. Ocho
Me desperté sobresaltado con el sonido punzante del teléfono junto a mi oreja. Punzo-cortante, para ser más exacto, ya que al cuarto llamado y antes de activarse el contestador, se interrumpía unos segundos para volver a iniciar la serie.
Titubeando entre retener los retazos de un extraño sueño protagonizado por duendecillos de peinado afro y bigote tupido, vestidos con impermeables blancos, y abrir un ojo para entender el dónde y el cuándo de la penumbra que me rodeaba, giré mentalmente un cuarto de vuelta la lente, y todo volvió a enfocarse.
Recordé que esperaba esa llamada.
- Hola...-dije, sin mucha convicción.
- ¿Le parecen horas para estar durmiendo, S.?
Rimoldi, una vez más, parecía haberse sentado en su sillón favorito: frente al tablero de Control de Monitoreo Telepático de Voluntades de sus empleados.
- Cómo le va. Lo estaba buscando.
- Y lo tuve que encontrar yo a Usted... ¿se da cuenta lo que quiero significar cuando insisto en que si no pone empeño no va a conseguir nada?
- Necesitaba hablarle - dije, eludiendo diestramente los obstáculos que había comenzado a interponer en nuestro diálogo.
- Imposible -respondió-. Me voy a Brasil dentro de media hora.
- ¿A Brasil?
- Sí. A Barbarita le agarró el antojo de ver el carnaval de Río y ya sabe cómo son las mujeres...
- ¿Barbarita? ¿Río? ¿Yo? ¿Mujeres?
- ¿Qué le pasa, S., está redactando un telegrama, me está tomando el pelo o está sordo?
Por fin salía a relucir el peor Rimoldi, el de las tres preguntas en una, pensé.
- Nada, nada -mentí, recomponiendo la voz.
- Mejor así -mintió a su vez.
Era obvio que cuando más me necesitaba era cuando me pasaba algo. Siguió hablando.
- Antes de irme quería encargarle algo. Ese concurso del barquito...
- Pero son 150 carillas para marzo, Rimoldi...-sabía que se trataba de una causa perdida y traté sutilmente de hacerle notar que estaba cometiendo una tontería.
- Exacto. Me conformo con 120. Unas tres y fracción por día, empezando hoy mismo. Nuestro equipo de correctores me asegura que agregándole un par de pavadas se pueden llevar sin problemas a 150.
- Pero...
- Y la temática, S., le pediría que no cometa estupideces como es su costumbre, recuerde que es una novela para pre-adolescentes. ¿Está claro?
- ...
- ¿Está ahí? -se impacientó.
- Eee..estoy. Escúcheme, Rimoldi, en realidad lo estaba buscando para pedirle unos pesos...pensaba tomarme unos días de vacaciones, ¿sabe?, no sé si...
-¡Doce lucas! - gritó, totalmente fuera de sí- ¡Eso es plata y no unos míseros pesos, ¿me entiende?!!...¿Porqué no se gana ese premio en vez de andar mendigando unas monedas?
- Es que yo pensaba...
- Se va mi avión. Póngase a escribir más y piense menos, S. Hasta la vuelta y buenas vacaciones.
Cortó antes que le dijera "gracias".
Pues bien, dadas las circunstancias, había una sóla cosa por hacer. Tomé mi libreta, mi lapicera y me fui para el Bar, dejándome mojar lentamente por la llovizna tibia de febrero.
Titubeando entre retener los retazos de un extraño sueño protagonizado por duendecillos de peinado afro y bigote tupido, vestidos con impermeables blancos, y abrir un ojo para entender el dónde y el cuándo de la penumbra que me rodeaba, giré mentalmente un cuarto de vuelta la lente, y todo volvió a enfocarse.
Recordé que esperaba esa llamada.
- Hola...-dije, sin mucha convicción.
- ¿Le parecen horas para estar durmiendo, S.?
Rimoldi, una vez más, parecía haberse sentado en su sillón favorito: frente al tablero de Control de Monitoreo Telepático de Voluntades de sus empleados.
- Cómo le va. Lo estaba buscando.
- Y lo tuve que encontrar yo a Usted... ¿se da cuenta lo que quiero significar cuando insisto en que si no pone empeño no va a conseguir nada?
- Necesitaba hablarle - dije, eludiendo diestramente los obstáculos que había comenzado a interponer en nuestro diálogo.
- Imposible -respondió-. Me voy a Brasil dentro de media hora.
- ¿A Brasil?
- Sí. A Barbarita le agarró el antojo de ver el carnaval de Río y ya sabe cómo son las mujeres...
- ¿Barbarita? ¿Río? ¿Yo? ¿Mujeres?
- ¿Qué le pasa, S., está redactando un telegrama, me está tomando el pelo o está sordo?
Por fin salía a relucir el peor Rimoldi, el de las tres preguntas en una, pensé.
- Nada, nada -mentí, recomponiendo la voz.
- Mejor así -mintió a su vez.
Era obvio que cuando más me necesitaba era cuando me pasaba algo. Siguió hablando.
- Antes de irme quería encargarle algo. Ese concurso del barquito...
- Pero son 150 carillas para marzo, Rimoldi...-sabía que se trataba de una causa perdida y traté sutilmente de hacerle notar que estaba cometiendo una tontería.
- Exacto. Me conformo con 120. Unas tres y fracción por día, empezando hoy mismo. Nuestro equipo de correctores me asegura que agregándole un par de pavadas se pueden llevar sin problemas a 150.
- Pero...
- Y la temática, S., le pediría que no cometa estupideces como es su costumbre, recuerde que es una novela para pre-adolescentes. ¿Está claro?
- ...
- ¿Está ahí? -se impacientó.
- Eee..estoy. Escúcheme, Rimoldi, en realidad lo estaba buscando para pedirle unos pesos...pensaba tomarme unos días de vacaciones, ¿sabe?, no sé si...
-¡Doce lucas! - gritó, totalmente fuera de sí- ¡Eso es plata y no unos míseros pesos, ¿me entiende?!!...¿Porqué no se gana ese premio en vez de andar mendigando unas monedas?
- Es que yo pensaba...
- Se va mi avión. Póngase a escribir más y piense menos, S. Hasta la vuelta y buenas vacaciones.
Cortó antes que le dijera "gracias".
Pues bien, dadas las circunstancias, había una sóla cosa por hacer. Tomé mi libreta, mi lapicera y me fui para el Bar, dejándome mojar lentamente por la llovizna tibia de febrero.
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