Conversaciones con mi Editor. Tres
El turro de Rimoldi siempre me la dejaba picando, pero estaba bien entrenado para no darle bola.
Desde el día de nuestro primer encuentro supe que esto era como una partida de cartas, y no me costó mucho descubrir cuál era su juego. Si el tipo quería tener siempre la última palabra -me dije aquella primera vez- a la mierda con el orgullo. Al fin y al cabo, bastante poco me costaba dejarlo contento. Pero esta vez había ido demasiado lejos con eso del nombre: una cosa era hacerme el tonto y otra muy distinta dejarme atropellar por sus caprichos y arbitrariedades.
Además, ¿qué tenía de malo llamarse S.? Más de una vez le había tenido que referir pacientemente los motivos por los cuales lo había adoptado, casi como justificándome. Si se había obstinado con la absurda idea de que le recordaba a una golosina o una marca de palitos para helados, allá él. A mí me gustaba y punto.
Estaba furioso, y esta vez decidí llamar yo.
- Buenos días, oficina del Sr.Rimoldi mi nombre es Bárbara en qué puedo ayudarlo
(Siempre que me topaba con una Bárbara sentía el impulso de dilucidar si respondería al tipo indómito de mujer con casco y espada o a la familia de muñecas de proporciones imposibles. En este caso, me faltaban datos)
- Hola!!! -repitió molesta, ante mi silencio.
- Perdón, buenos días...con el Sr. Rimoldi, por favor.
- El Sr. Rimoldi está en una reunión en este momento ¿por qué asunto es?
- Era por un nombre...
- Un momentito que tomo nota...¿de parte de quién me dijo?
- No le dije.
- ...
- Quiero decir: de parte de S.
- ¿S.? ¿Ese qué?
- S. nada.
- Muy bien, Sr.Nada, en cuanto se desocupe le paso su mensaje. Gracias por comunicarse con nosotros
- De nada, Bárbara.
- Ya le entendí, Sr. Nada, no soy tonta.
- Gracias, señorita. Acaba de aclararme una duda.
Desde el día de nuestro primer encuentro supe que esto era como una partida de cartas, y no me costó mucho descubrir cuál era su juego. Si el tipo quería tener siempre la última palabra -me dije aquella primera vez- a la mierda con el orgullo. Al fin y al cabo, bastante poco me costaba dejarlo contento. Pero esta vez había ido demasiado lejos con eso del nombre: una cosa era hacerme el tonto y otra muy distinta dejarme atropellar por sus caprichos y arbitrariedades.
Además, ¿qué tenía de malo llamarse S.? Más de una vez le había tenido que referir pacientemente los motivos por los cuales lo había adoptado, casi como justificándome. Si se había obstinado con la absurda idea de que le recordaba a una golosina o una marca de palitos para helados, allá él. A mí me gustaba y punto.
Estaba furioso, y esta vez decidí llamar yo.
- Buenos días, oficina del Sr.Rimoldi mi nombre es Bárbara en qué puedo ayudarlo
(Siempre que me topaba con una Bárbara sentía el impulso de dilucidar si respondería al tipo indómito de mujer con casco y espada o a la familia de muñecas de proporciones imposibles. En este caso, me faltaban datos)
- Hola!!! -repitió molesta, ante mi silencio.
- Perdón, buenos días...con el Sr. Rimoldi, por favor.
- El Sr. Rimoldi está en una reunión en este momento ¿por qué asunto es?
- Era por un nombre...
- Un momentito que tomo nota...¿de parte de quién me dijo?
- No le dije.
- ...
- Quiero decir: de parte de S.
- ¿S.? ¿Ese qué?
- S. nada.
- Muy bien, Sr.Nada, en cuanto se desocupe le paso su mensaje. Gracias por comunicarse con nosotros
- De nada, Bárbara.
- Ya le entendí, Sr. Nada, no soy tonta.
- Gracias, señorita. Acaba de aclararme una duda.
Etiquetas: Conversaciones con mi Editor
3 Comments:
Interesante tu blog :)
Gracias, pero habrá sido una casualidad.
Otra jovencita para el maestro de las palabras, Gabriela, Maestro...
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