Conversaciones con mi Editor. Cuatro
Debí haberme imaginado que algo había entre Rimoldi y su secretaria, porque a los quince minutos exactos de mi llamada, sonó el teléfono.
- Hola...
- Escúcheme bien S., ¿no le parece que ya tiene bastantes problemas como para perder su tiempo haciendo sufrir gratuitamente a la pobre de Barbarita?
Lo de siempre. Me pregunté en este orden, si contestarle, si contestarle por partes (ya saben: que sí que me parecía, que podría tener más problemas de tener más tiempo, que no había sido mi intención hacerla sufrir gratuitamente y que de buen gusto aceptaría por ello una compensación que sabía que nunca estaría dispuesto a ofrecerme, que no tenía el gusto de conocerla a la pobre, pero seguramente no faltaría oportunidad), si toser y esperar la próxima pregunta. Por supuesto, opté por esto último.
- ¿Se siente bien, S.? - me dijo.
Otro dilema. Me arrepentí de mis propias vacilaciones, pero saqué un as de la manga.
- ¿Porqué lo dice, Rimoldi?
- Francamente, Usted me desconcierta.
Volvía a quedar un paso atrás. Hubiera querido preguntarle ¨¿por qué lo dice, Rimoldi?¨pero lo acababa de hacer. No dije nada.
- Lo que quiero decir -continuó-, es que los dos sabemos que Usted no sirve para esto, que difícilmente y salvo un milagro, consiga escribir bien alguna vez. Y no me refiero a esos esporádicos arrestos seductores con los que tal vez consiga hipnotizar alguna que otra jovencita pero mal pueden considerarse literatura.
Recordaba haber discutido el punto no hacía tanto, pero para evitar polémicas, se me ocurrió ir al centro del asunto.
- Pero entonces, ¿por qué me paga?
- Sinceramente, Usted sabe como nadie que no soy dado a la sinceridad, me desconcierta el curioso talento que tiene para disimular su absoluta falta de talento y me intriga saber cómo demonios lo hace.
Así que era eso. Ni bien terminó de pronunciar estas palabras, Rimoldi se dio cuenta que había hablado de más, pero ya era tarde.
- Hagámosla fácil, S. -agregó-, no invente nada. Revise sus papeles y deme un texto de esos que le gustaban a todos, una historia con Antonio, ese mozo, algo. Algo, ¿me entiende?
- OK. Le prometo un texto viejo pero efectivo.
- Mañana a esta hora, S., y otra cosa...
- ¿Sí?
- Discúlpese con la pobre de Barbarita.
- Hola...
- Escúcheme bien S., ¿no le parece que ya tiene bastantes problemas como para perder su tiempo haciendo sufrir gratuitamente a la pobre de Barbarita?
Lo de siempre. Me pregunté en este orden, si contestarle, si contestarle por partes (ya saben: que sí que me parecía, que podría tener más problemas de tener más tiempo, que no había sido mi intención hacerla sufrir gratuitamente y que de buen gusto aceptaría por ello una compensación que sabía que nunca estaría dispuesto a ofrecerme, que no tenía el gusto de conocerla a la pobre, pero seguramente no faltaría oportunidad), si toser y esperar la próxima pregunta. Por supuesto, opté por esto último.
- ¿Se siente bien, S.? - me dijo.
Otro dilema. Me arrepentí de mis propias vacilaciones, pero saqué un as de la manga.
- ¿Porqué lo dice, Rimoldi?
- Francamente, Usted me desconcierta.
Volvía a quedar un paso atrás. Hubiera querido preguntarle ¨¿por qué lo dice, Rimoldi?¨pero lo acababa de hacer. No dije nada.
- Lo que quiero decir -continuó-, es que los dos sabemos que Usted no sirve para esto, que difícilmente y salvo un milagro, consiga escribir bien alguna vez. Y no me refiero a esos esporádicos arrestos seductores con los que tal vez consiga hipnotizar alguna que otra jovencita pero mal pueden considerarse literatura.
Recordaba haber discutido el punto no hacía tanto, pero para evitar polémicas, se me ocurrió ir al centro del asunto.
- Pero entonces, ¿por qué me paga?
- Sinceramente, Usted sabe como nadie que no soy dado a la sinceridad, me desconcierta el curioso talento que tiene para disimular su absoluta falta de talento y me intriga saber cómo demonios lo hace.
Así que era eso. Ni bien terminó de pronunciar estas palabras, Rimoldi se dio cuenta que había hablado de más, pero ya era tarde.
- Hagámosla fácil, S. -agregó-, no invente nada. Revise sus papeles y deme un texto de esos que le gustaban a todos, una historia con Antonio, ese mozo, algo. Algo, ¿me entiende?
- OK. Le prometo un texto viejo pero efectivo.
- Mañana a esta hora, S., y otra cosa...
- ¿Sí?
- Discúlpese con la pobre de Barbarita.
Etiquetas: Conversaciones con mi Editor
2 Comments:
Queda cordialmente invitado usté y su señor editor a leer las nuevas entregas del cuento "Pucha + Chile" en la revista Ají.
Atentamente para usté,
María Pichiauka
Estimada María,
Agradezco la invitación, innecesaria por cierto, ya que debería saber que soy un ferviente seguidor del cuento desde la primera hora.
No podría asegurarle los resultados, pero haré lo posible por interesar a Rimoldi.
Suyo,
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