martes, mayo 30, 2006

Loop # 11

- Me gustó lo que me escribiste.
- ¿En serio?
- Claro, bobo. Sos tierno.
- ¿Y porqué no me comés, entonces?
- ...
- ...
- ¿Qué?
- Nada. Entiendo. No tenés hambre.

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Esto no es todo, amigos

domingo, mayo 28, 2006

Dos golpes

El primero, directo al estómago, lo deja sin aire, y cae al agua. Doblado en dos, como un feto sin cordón, se deja llevar. Cualquiera diría que es apenas un barrilete perdido, si no fuera que trata de explicar y de explicarse lo que pasó.

(En el agua, caer no es caer)

El segundo llega demasiado pronto y otra vez lo sorprende sin defensa. Esta vez, se estrella contra su pómulo. Un crujido anuncia el estallido de huesos. La piel se deforma pero absorbe el impacto. El tabique sangra.

(En el agua, sangrar no es sangrar. Apenas disolverse desde adentro hasta dejar limpia la cáscara)

Piensa. No lo desea pero no lo puede evitar. Piensa. Adivina que sus pies están a punto de tocar fondo.
Lo alivia saber que en algún lugar desconocido el cuerpo guarda las reservas necesarias para impulsarse a la superficie, aunque, al mismo tiempo, lo sobrecoge la angustia de perderse en una materia indefinida, ciénaga o dientes, que imagina cerca pero entiende que no.

(En el agua, hundirse sin tocar fondo no es hundirse. Apenas viajar sin esperanza por un cielo que no tiene arriba)

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jueves, mayo 25, 2006

Membretes

Hablamos demasiado. Deberíamos hablar menos y dibujar más. A mí, personalmente, me gustaría renunciar totalmente a la palabra y, como la Naturaleza inorgánica, comunicar cuanto tenga que decir por medio de dibujos. Esa higuera, esa lombriz, ese capullo en el alféizar de mi ventana a la serena espera de su futuro, son firmas trascendentales.
Una persona capaz de descifrar bien su significado podría dispensarse totalmente de la palabra escrita o hablada. Cuanto más pienso en ello, más me convenzo de que hay algo inútil, mediocre y hasta - siento la tentación de decirlo- afectado en la palabra.

Johann Wolfgang Goethe.

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miércoles, mayo 24, 2006

Dos perros

Mi perro y yo nos damos la espalda.

Miramos.

Él, por la ventana hacia la plaza. Yo, con la vista clavada en el monitor.

Ambos esperamos algo que sucede lejos, del otro lado de un vidrio, algo que los dos sabemos que no nos pertenece del todo.


(Digo los dos cuando lo oigo suspirar cansado y echarse a mis pies con los ojos cerrados, ausente)

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lunes, mayo 22, 2006

Conversaciones con mi Editor. Trece

"Si las puertas de la percepción fueran abiertas, el hombre percibiría todas las cosas tal como son. Infinitas"

No sé qué hacía ese papel en mi cajón y la cita de Blake en él, manuscrita con letra apurada, pero interpreté que el destino, en esta oprtunidad sí estaba de mi parte. Sin perder tiempo, encendí tres velas naranjas y dejé entibiar el aceite de jengibre que tanto me inspiraba. Prendí un par de sahumerios, mientras corrí a buscar los CD de música trascendental que alguien había dejado olvidados en un cajón de mi placard. A simple vista, tenía cubierto todo el espectro de mis sentidos. O casi. Ciertamente, un masaje no hubiera venido mal, pero no eran horas de llamar a nadie. Además, se suponía que toda esa escenografía rigurosamente montada obedecía exclusivamente a mi desesperación por cumplir con el encargo de Rimoldi, y no a otra cosa.
Me tendí en mi cama con la libreta abierta en una hoja cualquiera, cerré los ojos y aspiré profundo con la esperanza que el fantasma de Blake me tendiera una mano.

No hace falta decir que me quedé profundamente dormido. Antes del amanecer, un olor filoso me hizo despertar. La libreta, justo encima de las velas, todavía humeaba a jengibre.

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sábado, mayo 20, 2006

Membretes

¿Porqué iba bien la cosa al principio? Porque prescindimos de las palabras, porque nos ahorramos todo lo que suele decirse en estos casos. Toda palabra está de más cuando existe el deseo, además hablar lo anula: no hay palabras para expresar el deseo, palabras corrientes que sólo sirven para falsearlo, enmascararlo, mitigarlo o destruirlo. El lenguaje articulado no es materia que se avenga con el deseo -me refiero a la lengua oral, a las palabras volátiles-, el poema, por el contrario, se amolda al cuerpo, el poema es afín a la voz, a la piel.

Camille Laurens, "En esos brazos"

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jueves, mayo 18, 2006

Conversaciones con mi Editor. Doce

Antes que trate de justificarse con las estupideces que estoy harto de escuchar le pido que me preste atención, S. ...esta vez tengo algo grande entre manos/ No sé porqué pensé en Barbarita/ Cuando digo tengo quiero decir tenemos, supongo que me interpreta/ No lo interpreto, pero si pone la letra, tal vez pueda hacer algo con mi música/ Eso mismo, S., veo que sigue tan agudo como a mí me gusta/ Grave, Rimoldi, grave/ Le tiro un título S., Tango. ¿Cómo le suena?/ A fueye, nostalgia y arrabal, Rimoldi, aunque viniendo de Usted...me dan ganas de llorar/ Eso, brillante, veo que seguimos siendo un equipo/ Y yo sigo con el pase libre, ya ni en el banco me pone/ Bueno, mire, voy al punto/ Me banco hasta dos, Rimoldi, pero tres y suspensivos ya es demasiado/ Necesito que me escriba unos tangos, S.. Nótese que no digo "me gustaría" sino "necesito", ¿me capta?/ Lo capto. ¿De cuánto hablamos?/ Mucho, S. Y cuando digo mucho quiero decir mucho./ Mucho es la mitad de todo y el doble de nada, Rimoldi...¿cuánto hay?/Déjese enamorar por mi idea, S., espere que le cuente/ Si Usted supiera lo fácil que me dejo enamorar, Rimoldi, y lo mal que me va.../El tango no tiene fecha de vencimiento, S. Además, es un producto de exportación, turismo, divisas, ¿me capta?/ Lo capto pero todavía no me dice de cuánto hablamos/ Mucho. Y cuando digo mucho.../ Dice mucho, ya lo entendí. Pero para mí...¿cuánto?/ Cuánto, cuánto...parece que no entiende el negocio, S. Piense en los japoneses, por ejemplo. Mueren por nuestras ballenas y nuestro tango. Desdichadamente, no podemos ofrecerles ballenas, bueno, ya sabe que se las sirven solos, pero no veo porqué no podemos venderles nuestro tango...hasta podríamos pensar en abrir el primer Sushi Tango Bar, mire lo que le digo./ Más que mirar, escucho, con un grado creciente de perplejidad/ Es fácil, S., con un poco de arroz y cuatro veteranos que vengan a cantar por la ginebra y el pebete tenemos el circo armado. Costo cero. ¿Me interpreta?/ Estoy tratando de interpretarlo, Rimoldi, pero todavía no me doy cuenta en qué idioma me habla.../No sea estúpido, S., me pareció entender que necesitaba dinero...¿o me equivoco?/ Disculpe, Rimoldi, mi traductor parece no funcionar bien, pero se acaba de arreglar...¿qué tengo que hacer?/

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Conversaciones con mi Editor. Once

Desde febrero que no hablaba con Rimoldi.

Nuestro acuerdo verbal -más parecido a un acta de capitulación que a un pacto de caballeros- se destaca por una única virtud: la ambiguedad. Uno u otro, alternativamente pero casi nunca al mismo tiempo, gozamos o adolecemos de tal condición, volviéndola funcional a nuestros propósitos que, para ser sincero, generalmente consisten en joder al prójimo o tratar de no ser jodido -en un sentido estricto, casi la misma cosa- con el agravante que ambos somos muy mal perdedores.
Las estrategias empleadas en desplegar nuestro juego sobre el tablero, en consecuencia, suelen ser bastante poco ortodoxas, por lo cual no me pareció extraño que transcurrieran más de dos meses desde nuestra última conversación.
Si a esto le agregamos que no habían sido mis mejores semanas, se comprenderá mi voluntad de evitar todo contacto con él.

Sin embargo, no me engaño: sabía que en algún momento mi teléfono sonaría a la madrugada reiniciando el juego.

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miércoles, mayo 17, 2006

Conversaciones con mi Editor. Diez

- Mire, Rimoldi, a esta altura de mi vida, no creo que tenga que andar dando explicaciones.

Corté. Le corté como si el hijo de puta fuera ese pobre auricular. Corté y lamenté que sólo hubiera una oportunidad para cortar esa comunicación.

Hubiera querido hacerlo diez, cien mil veces. Cortar con tijeras. De un tirón. Sin anestesia ni explicaciones "que no sirven para nada". Estrellar ese aparato maldito (que hubiera jurado tenía su cara) contra las paredes. Y no una, sino todas las veces. Todas. Lo que se dice cortar para siempre.

Antes de hacerlo me sentía seguro, poderoso, envalentonado. Por eso le grité sin reservas que no me jodiera más y que se fuera a guardar en la cueva que le dio origen.

Ahora no sé. Ya no sé.

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martes, mayo 16, 2006

Membretes

1.
"Me gusta cuando me dice Usted: "aquí nos quedamos". Es curioso porque quiere decir lo contrario, quiere decir: "no se quede Usted". Cuando dice "aquí nos quedamos", es para que me vaya. Lo dice bien, lo dice amablemente, pero lo dice, decide que es hora de que me vaya, que se ha acabado".

2.
"A los hombres les cuesta quedarse junto a las mujeres, parece que es un fenómeno fisiológico normal, que después del amor pasan por una fase llamada refractaria, un período de insensibilidad durante el que no puede pedírseles nada..., refractaria, sí, ¿refractaria a qué?, ¿al cuerpo que tienen junto al suyo, a la mujer que les toca o a la simple idea de tener que seguir haciendo algo?, ¿a hablar, a volver a empezar, a admitir ese vínculo, por tenue que sea, que los liga y los aliena, piensan, temen? ¿Qué pasa por su cabeza, que sienten? ¿Tedio, hastío, asco? ¿Asco hacia sí mismo, asco hacia el otro? ¿Verguenza? ¿Verguenza por tener ese cuerpo apagado, retraído, retráctil? ¿Verguenza de estar allí, desnudo y desvalido como el primer día, junto a una mujer que se temen que va a pedirles, lo que está pidiendo ya, no ha dejado tal vez de pedirles lo que no pueden ustedes darle, porque tampoco lo tienen, no, no lo tienen y ella se lo pide, eso es lo que les averguenza ¿verdad?, ese agujero en el que están y que ella ignora, y prefieren huir, o que ella se largue...

3.
"Lo humillante en el fondo, no es que se marchen, o que nos pidan que nos marchemos, después -ni siquiera inmediatamente después-. Lo humillante, o sea lo que hace que nos sintamos con la cara pegada al suelo y en la boca un sabor anticipado de la muerte, es que no dejen nada de sí mismos, nada, de modo voluntario (dejan el esperma, el olor, el recuerdo de ustedes, por supuesto, pero si pudieran se lo llevarían). Se retractan como un asesino después de la confesión, la confesión de debilidad - no han dicho nada, no han hecho nada, ni siquiera han estado allí-. Al marcharse, lo niegan todo en bloque, y ese testigo que dice haberlos visto, esa mujer que testimonia su presencia, ha soñado: no eran ustedes. No eran ustedes.

Camille Laurens, "En esos brazos"

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sábado, mayo 13, 2006

Membretes

Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución a los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro, y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.

Ana María Shua, "La Sueñera"

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Membretes

El sueño es privilegiado territorio del pecado. Terrible lugar donde se cumplen y se castigan los deseos que nadie satisface.

Ana María Shua, "La Sueñera"

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viernes, mayo 12, 2006

Conversaciones con mi Editor. Nueve

Se respiraba madrugada y aún seguía allí, sentado frente al teclado, buscando un buen tema para una nueva historia.
La copa vacía sobre mi escritorio volvía inútil toda otra explicación: estaba claro que el primer recurso, el más obvio, el más inmediato, no había dado resultado.
En segunda instancia, entonces, apelé a mis recuerdos, pero rápidamente descubrí que no tenía ninguno.

A continuación, fue el turno de concentrarme en mi piel y en las sensaciones primarias que imaginaba latentes bajo mis terminales nerviosas. (Debo aclarar que este ejercicio -realizado en una tenue penumbra con los ojos entrecerrados- siempre me remitió más a una experiencia cuasi-mística que a un método de inducción a la escritura. No es infalible, claro, aunque a menudo solía proveerme de ese preciado material en bruto que con algo de suerte y bastante paciencia -o viceversa, según las circunstancias- no tardaba en convertir en las palabras tan ansiadas).
Sin embargo, esta vez tampoco fue suficiente.

Desesperado, me obligué al sacrificio: me clavé alfileres, caminé sobre brasas ardientes, exhumé entre mis papeles las frases más dolorosas e hirientes que me fueron dichas...y nada.

Lloré de impotencia hasta quedar exhausto, vacío, tendido a cuarenta centímetros del piso. Recién entonces comprendí que estaba irremediablemente muerto.

Al fin, había conseguido un buen principio para mi historia.

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