lunes, enero 30, 2006

Correspondencia. La revolución del caracol

Estimadísimas madres de mis innumerables novias,

Después de años de predicar con el ejemplo el sencillo y engañosamente efímero culto al placer por el deleite ante una buena comida, el buen sexo y la energizante contemplación de la vida como valores mucho más esenciales que la compulsión al trabajo, el estado de la cuenta corriente o la pérdida del cabello.

Después de haber lamentado la pérdida inevitable de varias hijas de Ustedes, a causa de la intransigencia de vuestras narices fruncidas ante este descarriado e inconducente hedonismo que nunca encontré apropiado defender, aunque sí profesar sin reservas, a pesar de los frunces de referencia.

Hoy, por fin, puedo sentirme tranquilo.

La "revolución del caracol", ese movimiento que hace del "elogio a la lentitud" su bandera, ha dado sustento filosófico a lo que difícilmente hubieran comprendido sin experimentarlo.

Lamento no estar ya en oferta. Pero juraría que sus hijas -alguna de ellas, si no todas- deben saberlo: aún en contra del mundo, de la tele, de los celulares, de la estúpida mirada de los otros, y de tantas otras tonterías que no vienen al caso enumerar, siempre se encuentra a alguien para quien el tiempo del placer es puro placer sin tiempo.

Cordialmente suyo,

Aquel que no sé si recuerdan, pero ellas seguro que sí.


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domingo, enero 29, 2006

Radio Imaginaria #33. Más enigmas en el Bar

- Maestro...¿todavía enfrascado en los enigmas?
- Así es, Antonio. Enfrascado y embotellado.
- ¿Embotellado? Admito que Usted es pequeño y, en ocasiones, adquiere un leve tinte verdoso...pero quiero creer que no le habrán dado ganas de convertirse en el geniecillo de la botella...
- De la lámpara.
- Quiero decir que no le habrán dado ganas de convertirse en el genio de la lámpara. De hecho, no me lo imaginaba con una lámpara cuyo pie fuera una botella...¿le hizo un chorreado con parafina derretida?
- Nooo, Antonio, cómo se le ocurre. Digo que el geniecillo al que Usted hace referencia es el de la lámpara. Que yo sepa, no hay ningún genio de la botella.
- Disculpe, pero sin ir más lejos, ese amigo suyo que me presentó el otro día...no sé si recuerda que bastó descorchar una botella para que el tipo se creyera un genio.
- Sí, claro que lo recuerdo. Sobre todo porque consiguió que todos los asistentes deseáramos tres veces la misma cosa...que desapareciera pronto.
- Y bien que lo consiguió. Aunque es justo decirlo, con la ayuda de tres o cuatro de sus camaradas que, con conocimiento de causa, lo maniataron con su remera, lo amordazaron con la servilleta y lo encerraron el cuarto de baño antes de que la cosa pasara a mayores.
- ...
- Maestro...¿me escucha?
- Ehh...sí. Pensaba...
- Lo escucho. ¿Qué es esta vez?
- ¿Una cosa pasa a mayores cuando los menores se aburren de jugar con ella?

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jueves, enero 26, 2006

Correspondencia. Del autor al lector

Querido lector:

Te escucho todo el tiempo decir que deseas leer historias que te transporten a mundos o lugares en los que nunca estuviste y que supones vas a conocer por este intermedio. O que buscas hacer tuyos los sentimientos que otros sintieron, y que dejaron impresos para siempre en el texto de un libro.

Pienso que eres un poco imbécil si crees que una hoja de papel puede hacerte llorar o gozar más de lo que lo podés hacerlo por tus propios medios, pero esto no debería decírtelo, porque pierdo plata.

Allá vos. Pero no digas que no te avisé.

El autor

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miércoles, enero 25, 2006

Radio Imaginaria #32. Antonio, El Maestro y los fantasmas

- Buendía, Antonio. El café de siempre, por favor.
- Cómo no, Maestro...pero...
- Usted me entiende. Sólo quise decir: ese café taaaan rico que Usted, seguramente, va a preparar en este mismo instante, y que por lo tanto no es el de siempre, aunque probablemente se le asemeje bastante si es que sigue comprando la misma marca y no varió en nada, como imagino, sus hábitos de elaboración.
- Entendí, pero...¿tanto lío para pedir lo de siempre?
- ...
- ...
- ...
- Acá tiene, Maestro... ¿Qué lo tiene tan preocupado?
- Quiero creer que no espera una respuesta detallada a esa pregunta y que más bien lo suyo es pura retórica, ¿cierto?
- Emmm...
- No se avergüence, Antonio, apenas era un comentario. A menudo pienso que cada vez hay más palabras en el aire y sin embargo, cada vez se dice menos.
- ¿Y esa es su preocupación?
- Una de tantas, diría. Aunque no la de este preciso momento.
- ¿Cuál sería esa?
- Me preguntaba si una piedra, un vaso, un cuchillo tendrían fantasma.
- Mire, yo creo que los fantasmas no existen.
- Aunque así fuera, supóngase que los inventamos. Desde este momento, existen, ¿de acuerdo?
- Yo creo que no, pero si Usted, que es el Maestro lo dice...
- Antonio...juegue conmigo. No sea tan escéptico.
- De acuerdo. Inventamos los fantasmas. Se supone que el estado fantasmal refiere a algo que antes tuvo vida. Y una piedra, un cuchillo, un vaso no la tuvieron nunca.
- Es un buen razonamiento. Ahora, piense en un fantasma asesino...¿con qué cuchillo apuñalaría a su víctima? ¿Cómo haría un fantasma para tomar con su mano fantasma un cuchillo si no fuera un cuchillo fantasma?
- La verdad no lo sé, ni me gustaría verificarlo...
- Y le digo más, Antonio...¿se imagina un mundo fantasma sin objetos ni cosas?
- Déjeme pensarlo, Maestro... ¿alguna otra pregunta?
- Sí. Ayer llovía y la Secretaria dijo: "por suerte traje saquito", ¿lo recuerda?
- Perfectamente. Se lo puso y se fue.
- Exacto. La pregunta es: ¿si se mojó el saquito, se habrá convertido en un té?

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martes, enero 24, 2006

Conversaciones con mi Editor. Siete.

Contrariamente a lo que me sucedía a diario, hoy estaba ansioso por recibir ese llamado.
Hubiera apostado que el maldito teléfono leía mis pensamientos y, justamente por eso, permanecía mudo.

Todavía no eran las ocho, y ya estaba cansado. Después de despertarme y de realizar mi rutina aeróbica de todas las mañanas -caminar a paso vivo las dos cuadras que me separaban del kiosco para abastecerme de cigarrillos-, había desayunado lo de siempre: café negro y pan con palta. (Bueno, en realidad lo de siempre era el vaso de cerveza caliente que quedaba del día anterior sobre mi mesa de noche, pero en días especiales como éste se justificaba optar por un menú premium)

Había regado también mi almácigo de hierbas aromáticas y lavado la vajilla que hacía varios días flotaba en la pileta de la cocina, pero no por descuido. Había leído en una oportunidad un estudio sobre la interpretación astrológica de las manchas de grasa flotando en el agua, y me había convertido en un adepto de tan promisoria ciencia predictiva. Quizás algún día pueda contarles mis avances sobre el tema.

Sentado en el sofá, cerré los ojos y ví llover. Ya sé que parece una incongruencia, pero el caso es que para ver, tuve que cerrar los ojos y lo más sorprendente es que no sólo llovía dentro de mí, sino también afuera.

Entonces, sin poder precisar exactamente si era el agua que arrastraba hojas y papeles por la calle o la hoja o el papel que eran arrastrados, me dormí, sabiendo que esperaba algo.

Esperando sin saber qué.

-

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lunes, enero 23, 2006

Radio Word Remix

Mi amor, la libertad es fiebre,

es oración, fastidio y buena suerte.

...

Mi amor, la libertad no es fantástica.

No es tormenta mental que da el prestigio loco.

Es mar gruesa y oscuridad y el chasquido que quiere proteger ese grito que no es todo el grito.

...


Mi amor, la libertad es fanática.

Ha visto tanto hermano muerto, tanto amigo enloquecido,

que ya no puede soportar la pendejada de que todo es igual, siempre igual, todo lo mismo.


(Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota)

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Membretes

Una vieja lechuza discreta, vivía en un roble.

Cuanto más veía, menos hablaba.

Cuanto menos hablaba, más oía.

¿Por qué no podemos ser nosotros como ese pájaro?

(Anónimo Inglés)

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domingo, enero 22, 2006

(Malas) experiencias

Para lo que era habitual entre mis amigos, se podría decir que debuté más bien tarde: el consenso general consideraba así tener una primera experiencia bien pasados los veinte años, aunque por una inevitable ley de compensaciones, a partir de ese momento no me daría respiro en probarlo todo.

Sesiones clásicas individuales, otras en las que mi pareja ocasional tuvo oportunidad de lucirse, grupos donde todos parecían querer participar, aunque se guardaban más de lo que ponían.

Estuve con hombres y con mujeres. En ambientes espartanos, coquetos, lujosos, monacales, sugestivos. Cada uno el más fiel reflejo de la forma de ser de su morador. Y, si mal no recuerdo, hasta en la soledad de un despacho de hospital público.

Hubo quien quiso hablarme y quien no. Quién pudo escucharme hasta que no dije más nada y quien se quedó dormida a los pocos minutos de estar con ella.

Por las infaltables discusiones - por el dinero, la inconstancia o el humo de mi cigarrillo-, por aburrimiento o por que sí (que en muchos casos era la misma cosa), nunca pude encontrar alguien que, de verdad, me diera vuelta.

Entonces, sin esfuerzo, después de un tiempo que podría haber sido menos, dije basta.
Basta de malas experiencias.

Nunca más volví a pisar ningún consultorio ni a enredarme con el ovillo del psicoanálisis.

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sábado, enero 21, 2006

Una cajita con todos mis sentimientos

Uno

Ayer fue un día movido. Sentí el impulso de mudar definitivamente mi estudio de lugar, trasladándolo frente a estas ventanas donde debió haber estado siempre. Intentando colgar mis cuadros me martillé dos veces el mismo dedo en un lapso de siete minutos, y desde ese momento-ya se habrán enterado-, no pude parar de llorar hasta hace un rato.
Afortunadamente, no fue muy difícil desagotar el departamento y el gato ya está casi seco, aunque lo noto algo incómodo colgado de la soga junto a mis pantalones.

Excepto por ese incidente, el tiempo transcurre hoy con una cierta languidez, propia del que no espera nada.

Dos

En la tarde, salimos a pedalear por el barrio.

- Pa, ¿de qué color es el pánico?
- No sé, hija. Depende. A veces me parece blanco y otras, bien negro... ¿porqué lo preguntás?
- Porque cuando volvamos a casa, quiero dibujar todos mis sentimientos y guardarlos en una cajita.

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viernes, enero 20, 2006

No llore más

¿Porqué no podría? ¿Porque soy hombre y la condición masculina se supone que no debe dar lugar a esos deslices? ¿Acaso llorar es un desliz?

Hoy me siento vulnerable y debo aceptar que hay flechas que alguna vez dan en el blanco.

Lloro a mares desde las diez de la mañana. Y no me importa. O sí. Pero llorar es una forma de que no.

Uno no llora cuando quiere, pero cuando algo te hace llorar de veras, es difícil detenerse.

No me importa flotar entre sillones y mesitas, porque sólo quiero llorar.

Ni que mi gato se ahogue, ni que mi ropa naufrague en este mar de lágrimas. Porque sólo quiero llorar.

Y que nadie me diga que no llore más.




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jueves, enero 19, 2006

Conversaciones con mi Editor. Seis


Recordaba vagamente la recomendación de Rimoldi: "Discúlpese con Barbarita", pero, claro, no era mi costumbre hacerle caso al pie de la letra.


Además, de un tiempo a esta parte, era frecuente que en la mañanas no tuviera el más mínimo registro de lo hecho o dicho en la noche. Lo cual no estaba tan mal en algunas circunstancias, aunque malísimo en otras.

(Está de más decir que siempre sabía exactamente hasta la última letra pronunciada, pero simular ingenuamente amnesia total me había procurado una suerte de escudo protector contra, por ejemplo, el interrogatorio fastidioso del día siguiente)

El caso es que, en esta oportunidad, no tenía ni la menor idea de lo que me hablaba. Más allá de que cualquier palabra emitida por sus labios producía en mí una suerte de sortilegio que colocaba naturalmente en cero a mis pensamientos.

"Eso que me escribió".

Lo había escuchado con claridad, y sin embargo, casi podría haber jurado que era la segunda vez que tenía ocasión de hablar con ella. Sabía que se trataba de una confusión -la misma de siempre-, y quise advertirle que no, Barbarita, que Usted se confunde, lo que leyó -bonito, por cierto- ni siquiera me pertenece, además, imagínese si a los escritores nos pasara realmente todo lo que escribimos o estuviéramos efectivamente en todos los rincones en los que decimos estar. Quiero decir que estuve apenas a un paso de ser sincero con ella, pero mi ego ya me estaba pateando por debajo de la mesa, y sólo atiné a escucharla.

- ... quiero decirle también que sigo con mucho placer todo lo que hace, Señor S., gracias.
- Eeee...espere, por favor -dije, pero ya había cortado-.

Por un momento, me sentí un gusano, y para peor, un gusano con los tobillos machucados. El teléfono volvió a sonar y me apuré a levantar el tubo.

- Mire, lo que trataba de explicarle es que todo esto es un error...
- Qué le pasa, S. ..., ¿está soñando o ya comenzó a beber?

Rimoldi, con su estilo inconfundible, se despachó con tres preguntas al hilo. Paso.

- Escúcheme, S. -ordenó-. Veníamos bien con eso del Dibujo... ¿qué necesidad de volver a esas tonterías lánguidas y lastimosas?
- Ninguna, Señor- mentí-.

En verdad, hacía rato me lo preguntaba.

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martes, enero 17, 2006

Conversaciones con mi Editor. Cinco

Después de la inesperada confesión de Rimoldi durante nuestra última charla, sentí que los astros volvían a posicionarse en alineación cósmica con mi suerte. Por primera vez en una semana, dormí profundamente y sin interrupciones, probablemente a causa de la euforia en la que me había sumido tan significativa victoria, aunque más seguramente a causa del número impreciso de tragos con los que la había festejado.

Creo que era lunes, y mi cabeza parecía un lavarropas centrifugando tuercas. Cuando sonó el teléfono, me apuré a contestar.

- Qué tal, Rimoldi...esta vez sí que le encontré algo
grande, ¿eh?
- Hola...

Una deliciosa vocecita me hizo tirar con fuerza del cable para desenchufar rápidamente el lavarropas. A pesar del ruido a tuercas, hice un esfuerzo para reconocerla.

- ¿Señor S.? - susurró.
- ¿Perdón? - contesté.

Había aprendido en un curso de Public Relationship -aquella legendaria agencia de Relaciones Públicas, famosa por funcionar a bordo de una lancha abandonada en el Dock- que era la frase correcta "para ganar tiempo sin importunar a nuestro ocasional interlocutor ni evidenciar grosería", según constaba en el instructivo.

- En todo caso, perdone Usted mi atrevimiento, Señor S., pero necesitaba decirle que es re-lindo lo que
me escribió...

Alerta rojo. Me tranquilizó saber que a pesar del ruido a metales entrechocándose, los sensores de peligro seguían funcionando. ¿Qué le habría escrito a Barbarita?

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lunes, enero 16, 2006

Alimento

Para nutrirme deseo,
(sin saberlo)
tus grandes letras minúsculas,
tus dibujos mayúsculos,
tus caricias manuscritas.

Estoy dispuesto a cambiar,
incluso,
proteínas esenciales por tu regular ortografía.

Y hasta mi aminoácido exclusivo,
(fijarse bien en lo que digo)
soy capaz de negociarlo
sin condiciones,
por la alegría lírica, exhultante, centrípeta,
de tu poesía.

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domingo, enero 15, 2006

Más mañana

Me empapo de tu ausencia en las miradas de los otros.

Intento vanamente (pero intento)
ver tus ojos, tus gestos, los tan imperdonablemente tuyos.

Hoy espero mañana.
y mañana, más mañana.

Ya lo sabés:
Sólo porque hay una esperanza de encontrarte.

Como si nunca me hubieras estado.

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viernes, enero 13, 2006

Membretes


Si en cierta altura
hubiese girado para la izquierda en vez de para la derecha;
si en cierto momento
hubiese dicho sí en vez de no, o no en vez de sí;
si en cierta conversación
hubiese tenido las frases que sólo ahora, en la somnoliencia elaboro,
si todo eso hubiese sido así,
sería otro hoy, y tal vez el universo entero
sería insensiblemente llevado a ser otro también.

Pero no giré para el lado irreparablemente perdido,
no giré ni pensé en girar, y sólo ahora lo percibo;
pero no dije no o no dije sí, y sólo ahora veo lo que no dije;
pero las frases que me faltaron decir en ese momento me surgen todas,
claras, inevitables, naturales,
la conversación cerrada concluyentemente,
la materia toda resuelta...
pero sólo ahora lo que nunca fue, ni será para atrás, me duele.

Lo que frustré de veras no tiene esperanza en ningún sistema metafísico.
Puede ser que para otro mundo yo pueda llevar lo que soñé,
Pero, ¿podré llevar para otro mundo lo que me olvidé de soñar?
Esos, los sueños por haber, que son el cadáver que entierro en mi corazón para siempre,
para todo el tiempo, para todos los universos.


Alvaro de Campos (frag.)

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Dos dibujos sobre el dibujo

Uno

Se sienta frente al teclado como todas las mañanas.

Encierra en sus manos el calor de la taza de té que beberá de a sorbos en un rato.

Recuerda que alguna vez fue una niña que dibujaba sentada en el piso en medio de un desparramo de colores.

Escribe esta historia.


Dos

- Es sólo una casa -piensa la niña.

- Es sólo una niña - piensa la madre.

- Es sólo una historia - piensa, sin dejar de escribir.

Sabe bien que todos tenemos asignada al menos una noche igual de oscura que aquella.

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jueves, enero 12, 2006

Dibujo

Una niña sentada en medio de un desparramo de crayones, dibuja en una hoja una casita de cuentos: el techo rojo, dos ventanas simétricas con prolijas cortinas azules, una chimenea de ladrillos, el humo negro que se eleva como un rulo hacia el cielo, por detrás del árbol de copa verde y redonda.

"Qué hermoso", piensa su madre mientras la observa, "qué hermoso dibujo".

Ignora lo que para la niña es una temible certeza: que detrás de esa puerta sólo hay demonios, que las cortinas apenas si ocultan el rostro perverso que la atemoriza, que el humo negro y la noche se confunden en un vértigo de monstruos de manos procaces.

En silencio, dibuja.

Quizás pensando que esta vez sí, los demonios van a escapar por esa puerta. Que en las ventanas no hay más que macetas con flores. Que en esa noche sólo hay brazos para acunar su sueño.

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miércoles, enero 11, 2006

Conversaciones con mi Editor. Cuatro

Debí haberme imaginado que algo había entre Rimoldi y su secretaria, porque a los quince minutos exactos de mi llamada, sonó el teléfono.

- Hola...
- Escúcheme bien S., ¿no le parece que ya tiene bastantes problemas como para perder su tiempo haciendo sufrir gratuitamente a la pobre de Barbarita?

Lo de siempre. Me pregunté en este orden, si contestarle, si contestarle por partes (ya saben: que sí que me parecía, que podría tener más problemas de tener más tiempo, que no había sido mi intención hacerla sufrir gratuitamente y que de buen gusto aceptaría por ello una compensación que sabía que nunca estaría dispuesto a ofrecerme, que no tenía el gusto de conocerla a la pobre, pero seguramente no faltaría oportunidad), si toser y esperar la próxima pregunta. Por supuesto, opté por esto último.

- ¿Se siente bien, S.? - me dijo.

Otro dilema. Me arrepentí de mis propias vacilaciones, pero saqué un as de la manga.

- ¿Porqué lo dice, Rimoldi?
- Francamente, Usted me desconcierta.

Volvía a quedar un paso atrás. Hubiera querido preguntarle ¨¿por qué lo dice, Rimoldi?¨pero lo acababa de hacer. No dije nada.

- Lo que quiero decir -continuó-, es que los dos sabemos que Usted no sirve para esto, que difícilmente y salvo un milagro, consiga escribir bien alguna vez. Y no me refiero a esos esporádicos arrestos seductores con los que tal vez consiga hipnotizar alguna que otra jovencita pero mal pueden considerarse literatura.

Recordaba haber discutido el punto no hacía tanto, pero para evitar polémicas, se me ocurrió ir al centro del asunto.

- Pero entonces, ¿por qué me paga?
- Sinceramente, Usted sabe como nadie que no soy dado a la sinceridad, me desconcierta el curioso talento que tiene para disimular su absoluta falta de talento y me intriga saber cómo demonios lo hace.

Así que era eso. Ni bien terminó de pronunciar estas palabras, Rimoldi se dio cuenta que había hablado de más, pero ya era tarde.

- Hagámosla fácil, S. -agregó-, no invente nada. Revise sus papeles y deme un texto de esos que le gustaban a todos, una historia con Antonio, ese mozo, algo. Algo, ¿me entiende?
- OK. Le prometo un texto viejo pero efectivo.
- Mañana a esta hora, S., y otra cosa...
- ¿Sí?
- Discúlpese con la pobre de Barbarita.

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martes, enero 10, 2006

Conversaciones con mi Editor. Tres

El turro de Rimoldi siempre me la dejaba picando, pero estaba bien entrenado para no darle bola.

Desde el día de nuestro primer encuentro supe que esto era como una partida de cartas, y no me costó mucho descubrir cuál era su juego. Si el tipo quería tener siempre la última palabra -me dije aquella primera vez- a la mierda con el orgullo. Al fin y al cabo, bastante poco me costaba dejarlo contento. Pero esta vez había ido demasiado lejos con eso del nombre: una cosa era hacerme el tonto y otra muy distinta dejarme atropellar por sus caprichos y arbitrariedades.

Además, ¿qué tenía de malo llamarse S.? Más de una vez le había tenido que referir pacientemente los motivos por los cuales lo había adoptado, casi como justificándome. Si se había obstinado con la absurda idea de que le recordaba a una golosina o una marca de palitos para helados, allá él. A mí me gustaba y punto.

Estaba furioso, y esta vez decidí llamar yo.

- Buenos días, oficina del Sr.Rimoldi mi nombre es Bárbara en qué puedo ayudarlo

(Siempre que me topaba con una Bárbara sentía el impulso de dilucidar si respondería al tipo indómito de mujer con casco y espada o a la familia de muñecas de proporciones imposibles. En este caso, me faltaban datos)

- Hola!!! -repitió molesta, ante mi silencio.
- Perdón, buenos días...con el Sr. Rimoldi, por favor.
- El Sr. Rimoldi está en una reunión en este momento ¿por qué asunto es?
- Era por un nombre...
- Un momentito que tomo nota...¿de parte de quién me dijo?
- No le dije.
- ...
- Quiero decir: de parte de S.
- ¿S.? ¿Ese qué?
- S. nada.
- Muy bien, Sr.Nada, en cuanto se desocupe le paso su mensaje. Gracias por comunicarse con nosotros
- De nada, Bárbara.
- Ya le entendí, Sr. Nada, no soy tonta.
- Gracias, señorita. Acaba de aclararme una duda.

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lunes, enero 09, 2006

Conversaciones con mi Editor. Dos

Estaba convencido de que su amenaza de llamarme en veinticuatro horas era simplemente eso, aunque, por si acaso, me ocupé de escribir algo más de cinco líneas en tiempo y forma, antes de disponerme a recuperar el sueño perdido en los últimos días.

A las tres de la madrugada el teléfono empezó a sonar.

- Hola...
- ¿Eso le parece ocurrente? -dijo.

Conociéndolo como lo conocía, entendí que no esperaba una respuesta a su pregunta. A decir verdad, no pude menos que agradecerle secretamente ese gesto que me evitaba la incómoda situación de ser sincero con quien no debía. Cambié de tema sin acusar el golpe.

- Rimoldi...qué agradable sorpresa!...¿la familia bien?

- A ver si me entiende, S. Pensé que tenía claro que esto era un negocio. Y los asuntos personales casi nunca se llevan bien con los negocios, ¿me explico?
- Discúlpeme, pero tan sólo le preguntaba por su familia...
- Hablo de Usted, S., no de mí. ¿Cuándo va a dejar de recurrir a la obviedad de poner su vida en primer plano?

Si mal no recordaba, había sido él quien me había sugerido cambiar la tercera persona por la primera para "ganar verosimilitud en el relato", pero difícilmente lo reconocería.

- Mire, Rimoldi, que escriba en primera persona no quiere decir que haya que tomar al pie de la letra todo lo que digo.
- ¿Me quiere decir entonces que tengo que pensar que es un mentiroso?

Dudé un segundo antes de contestarle. Ya parecía una pelea matrimonial: no recordaba por qué tontería había comenzado pero ya me estaba defendiendo de las peores acusaciones.

- Bueno, sí. En un sentido literario podría pensarse que todo escritor es un gran mentiroso.
- Por supuesto -dijo-, no esperaba menos de Usted.

Y cortó.
A los cinco minutos, volvió a sonar el teléfono. Era él.

- Y otra cosa, S.
- Dígame, Rimoldi.
- Ese nombre suyo...¿por qué no busca otro menos ridículo?

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domingo, enero 08, 2006

Road movie # 0,85 Un desayuno

"Un desayuno de otro mundo", me dijo.

(Hombre al fin, pensé que hablaba de la maravillosa conjugación de jugos, panes de distintos sabores, pastas con qué untarlos y tés saborizados con miel de perfumes irresistibles que había preparado para agasajarla)

- Lo mismo de siempre - agregó, completando una idea que no pude interpretar.

Si hubiera podido leer sus pensamientos, habría comprendido que el mundo del que hablaba no era ese "otro", sino uno que nunca estuvo a mi alcance.

Pero ya se sabe: los hombres escuchamos sólo lo que nos conviene y cuando comprendemos, ya es demasiado tarde.

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sábado, enero 07, 2006

Conversaciones con mi Editor. Uno

Había tratado infructuosamente de escribir algo.
Eran las tres de la madrugada y lo único que había conseguido además de dos míseras frases inconexas, era acabarme el atado de cigarrillos, un principio de irritación en los ojos y una botella menos de vino en mi bodega.
Así las cosas, apagué todo y me tiré en la cama. Cuando trataba infructuosamente de dormir, sonó el teléfono.

- Hola...
- Usted escribió
eso? -me dijo, sin saludar.

(Aunque reconocí al instante la voz de mi Editor, me descolocó tanto énfasis en la palabra "eso". Decidí ganar tiempo, mientras intentaba desentrañar a qué se refería exactamente)

- ¿Rimoldi?
- Dígame, ¿Usted es estúpido o se desayunó con ginebra?

(Estaba acostumbrado a su estilo agresivo y desapasionado de ir al grano sin dejarse tentar jamás por la ligereza de un diálogo que no fuera funcional a sus propósitos. Antes que hiciera la tercera pregunta, ensayé una respuesta a las anteriores)

- Sinceramente, no desayuné todavía -dije-. Estaba durmiendo cuando...¿Usted sabe la hora que es?
- Pues debería tratar de despertar...¿se da cuenta de lo que acaba de escribir?

(Me pareció altamente improbable que
supiera de la existencia de mis dos míseras frases inconexas. Sin duda, lo mejor sería darle el pie para que se explique)

- ¿Se refiere a...?
- Y a qué si no!...¿Cómo se le ocurre manifestar tan alegremente que no tiene "nada que decir"? -gritó-. ¿Usted quiere convencernos de que es tan inútil que no puede entregarme cinco líneas ingeniosas o, cuando menos, decentemente escritas, cada veinticuatro horas?

(No era un buen momento para la sinceridad, y en lugar de decirle que
, me esforcé para encontrar una explicación medianamente razonable)

- Mire, Rimoldi, me pareció interesante hacer una referencia al profundo vacío existencial al que un artista se expone cotidianamente a la hora de producir su obra, ya que como Usted sabe...
- No creo necesario aclararle una vez más que el que decide
qué es interesante soy yo, y mucho menos, recordarle que no estamos dispuestos a solventar ninguna contemplación del vacío, por más profundo y existencial que sea. ¿Me entiende?
- Es que yo pensé...
- No piense más, mi amigo. Escriba. Cinco líneas ocurrentes para mañana, a esta hora.
- ¿A esta hora? -pregunté alarmado.
- Buenos días...y haga lo posible por descansar. Ya no es un chico para estar despierto hasta tan tarde.

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viernes, enero 06, 2006

La historia inconclusa ya tiene final

Radio Imaginaria se engalana para dar a conocer el final de esta historia.
Gracias a todos/as los que participaron, y espero que haya muchas otras.


Un final para esta historia

Sentada en un banco de la Terminal de Ómnibus, con el bolso a sus pies y el perfecto perfil de pasajera en tránsito, hubiera pasado inadvertida entre tantos otros de su misma condición, salvo por un detalle difícil de apreciar a simple vista: aún no había decidido si ir o volver.

- Si te conociera, te regalaría alfajores -pensó, mientras buscaba en el bolso un encendedor que no encontraba, los dedos enredándose en el cuchillo que trataba de esconder.

- No. Si te conociera, te regalaría una estocada- volvió a pensar mientras ocultaba el cuchillo en el doble fondo del bolso y encendía un cigarrillo negro.

Rió, tratando de imaginar la cara de estúpido de él, pidiendo perdón, algo que debería haber hecho mucho tiempo antes, pero ya se sabe cuánto demora en caerle la ficha a un tipo.

- Mala- dijo, mientras volvía a acariciar el filo del cuchillo-, ¿seré tan mala?...después de todo la gente mala no piensa en traer alfajores de regalo cuando regresa de algún viaje- siguió razonando.

¿Pero ella... regresaba o partía?

Jugaba con el cuchillo dentro de su bolso, mientras pensaba en la respuesta.
Una gota de sangre atravesó la tela cuando sonó su celular. Atendió. Alguien del otro lado del tubo le dijo:

- Mitad y mitad. Tal como lo suponía, la llamada se cortó después de eso.

- Bien, justo lo que esperaba que dijeras. Ya te tengo.

Con una sonrisa, cerró el bolso y se cruzó al kiosco de la Terminal. De pronto, todas las piezas empezaban a encajar en su plan, por lo que no le extrañó escuchar al vendedor decir:

- Alfajores, no hay.

Otra persona no lo entendería al ver en el mostrador tantos alfajores. Asintió, extendió su brazo por un lado del exhibidor, le pasó un paquete envuelto en papel madera y se fue.

- Ahora sí, estoy lista -pensó mientras subía al ómnibus, mitad y mitad, tan misarable y tan predecible a la vez, a pesar de que había escondido la inútil esperanza de que su respuesta fuera otra y no tuviese que haber emprendido este viaje al bar de siempre, te atraparía aunque no quisiera, pobre tipo. Regresaba, esta vez, para no volver.

Tras la puerta del viejo boliche lo vio sentado, envuelto en un manto de humo con un vino barato sobre la mesa. Levantó apenas sus ojos lánguidos para mirarla y ella se sorprendió de encontrar que ni el alcohol había podido, esta vez, disimular la tristeza crónica de su mirada.

- ¿Querés? -dijo, a secas.

- Paso -contestó ella. Se sentó en la silla vacía, frente a él, buscó en el bolso y puso sobre la mesa el cuchillo y el paquete.

- ¿Alfajores? -preguntó.

- Sí, claro.

Con la ayuda del cuchillo, cortó el papel madera de la envoltura, y mientras disfrutaba la inminencia del pánico atravesando su cara, no pudo evitar que una mueca ácida en los labios le anticipara el contenido del paquete.

-Tan mala como sea posible...-se dijo, ni bien estuvo sola, y la mueca se transformó en una larga carcajada.

- ¿Está bien, señorita? -dijo el mozo, inquieto.

- Nunca estuve mejor. Ahora sí, tráigame algo fuerte. Y tire todo esto a la basura, por favor.

Esto no es todo, amigos

lunes, enero 02, 2006

Nada que decir

A veces es así.

Sucede que nada parece apropiado.

O peor aún.

Sucede que todo lo que uno trata de decir, resulta inapropiado.

¿Cómo callar cuando uno tiene la obligación de decir?

¿Cómo decir cuando la obligación es callar?

A veces es así.

No esperen mucho de mí, ya.

Esto no es todo, amigos